Si Cristo es Adviento para mí, ¿puedo yo serlo para mi hermano?

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Señor Jesús, la vida en fe nos lleva a confiar, esperar y contemplar en lejanía que tú vienes a nuestra casa en traje de amor misericordioso.

Gracias por tus dádivas.

Gracias por el don de la encarnación, de la fe, de la esperanza.

Nuestra conciencia de cristianos nos dice que hemos de vivir en constante actitud de "adviento" para saber recibirte cuando quieras venir, una y mil veces.

Pero ¡qué difícil es convertirlo todo en un pequeño adviento, siempre alerta, siempre en vigilia, sin que el corazón descanse!

Responderás tal vez que eso es una alarma innecesaria, que el corazón puede descansar, que basta vivir y realizar todas las cosas en tu amor y por amor, en tu confianza y con confianza, desde el amanecer al anochecer, desde el primer suspiro de felicidad hasta que los ojos derramen lágrimas de dolor...

¡Bello camino, aparentemente sencillo!

Es como decir: vivid en el amor, en la paz, en el deber, en la justicia, en la oración, en la caridad..., y todo lo demás se está dando a manos llenas, sin casi pensarlo, porque en todo está en amor pequeño (nuestro) y el Amor grande (el de Dios).

Entendemos, sin embargo, que si, viviendo de ese modo, Cristo es nuestro Adviento permanente, siempre a la puerta y en el corazón, necesitamos de cuando en cuando, atizar el horno para que en él se den vivencias especiales de amor correspondido.

Ese será, Señor, nuestro Adviento en la fe: llamarte, saber esperarte, recibirte en casa. ¡Qué gran don el de la fe que nos permite y anima a usar este lenguaje!

¿Cómo podríamos corresponderte?

Acaso tratando de imitarte y de prolongar tu acción de amor y misericordia.

Tal vez lo que tú quisieras de nosotros en este Adviento es que nosotros mismos llegáramos a ser un "pequeño adviento" para otros hombres que no te conocen o que se han alejado de ti.

¿Cómo? Dirigiéndonos a ellos con amor y esperanza y hablándoles no con palabras vanas sino con signos reveladores de tu don y de nuestra confianza en ti:

haciéndonos encontradizos, y saludando con el Evangelio en la mano,
realizando gestos de caridad, solicitud, con entrañas de compasión,
reclamando justicia para cuantos sufren injusticias,
ofreciendo compañía a quienes tengan por cuna un pesebre, como lo tuvo Jesús;
entregando una parte de mi trabajo y mi pan a quien carece de Él.


Meditaciones con motivo de la fiesta del Corpus, realizadas por Cándido Ániz a partir de textos de Antonio Moreno


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