¡Señor, Dios mío, gracias por tu misericordia y por ofrecernos tu salvación!
Hemos de vivir este tiempo de Adviento al modo como Jesús nos enseñó a hacerlo buscando y hallando en todas las cosas y en toda la historia la huella de Dios.
Somos obra de unas manos creadoras.
Un SEÑOR se dignó ponernos en medio del universo. Y lo hizo otorgándonos capacidad para sorprendernos, ojos para admirarlo, alma para disfrutar de sus riquezas, sensibilidad para sufrir sus rigores, y corazón que hable por la lengua en acción de gracias.
¡Gracias, Señor, porque nos otorgaste ese don, aunque sea limitado en su perfección, pues en él no todo es suavidad de seda sino también aspereza con espinas!
Tú no nos necesitabas, Señor y Padre nuestro.
Por amor nos pusiste en movimiento, como a las demás criaturas.
Nosotros tampoco te necesitábamos cuando aún no existíamos. Pero tú, que nos diste el ser y la vida, nos hiciste vivir necesitados de ti, para que volviéramos a la nada si en cada momento tó no nos tuvieras en la palma de tus manos.
¿Cómo fue posible que, siendo obra de tus manos, animados por tu aliento, regalados con tus gracias, bien dotados de inteligencia, voluntad, pasiones y espíritu creador -recibido del tuyo-, renunciáramos a tu amistad y te traicionáramos? ¿Cómo fue posible que te expulsáramos de tu casa, de tu hogar, de los corazones que hiciste para amar?
No se entiende, Señor, el misterio del mal y de la ingratitud humana.
¡Ay, Señor! ¡Cómo sentimos todos sentimos -dentro de nosotros mismos- una fuerte lucha entre la inclinación hacia ti, que eres principio, luz, meta de nuestra existencia, y la inclinación hacia otros intereses, afectos y pasiones que nos alejan de ti!
Danos cada día nueva gracia para que no sucumbamos ante la tentación del mal.
Este Adviento queremos celebrarlo como corresponde a quien cree por fe viva que, si la creación del mundo y del hombre fue obra de amor, lo fue de amor más grande todavía el que tu Hijo, el Verbo, tomara nuestra naturaleza para compartir con nosotros la historia, reconquistara para ti el mundo y al hombre, y nos mostrara cuál es el camino perfecto que nos lleva a ti.
¡Padre nuestro!, si tú derramas amor en tus obras, y sobre todo en el Hijo encarnado que restauró nuestra amistad, tenemos que amor por amor.
Sea, pues, éste nuestro compromiso: amarte y amar todas las cosas salidas de tus manos.
Y sea esta nuestra oración: que todos los hombres conozcan las maravillas de tu amor y se vuelvan a ti como hijos agradecidos. Ilumina las mentes de cuantos todavía no te conocen; haz del adviento tiempo de esperanza y de consuelo para quienes todavía no comprendieron tu mensaje salvífico como itinerario de vida, justicia, paz, amor. AMÉN.
Fr. Cándido Ániz Iriarte O.P. - Antonio Moreno