“1. En el Adviento del Señor que celebramos, cuando miro la persona de quien viene, no comprendo la excelencia de su Majestad, cuando atiendo a quienes viene, me lleno de pavor a la idea de la grandeza de su dignación.
Se pasman ciertamente los Ángeles de nuevo, mirando bajo de sí, a quien sobre sí siempre adoran, ascendiendo ya y descendiendo manifiestamente sobre el hijo del hombre.
Cuando considero el motivo por qué viene, aprecio en cuanto puedo la extensión inestimable de su caridad.
Cuando pienso en el modo, reconozco la exaltación de la naturaleza humana, pues viene el criador y el Señor del universo, viene a los hombres, viene por los hombres, viene haciéndose hombre.
Pero dirá alguno: ¿Cómo se puede decir que vino, estando él siempre en todas partes? Estaba la verdad en el mundo, y por él fue hecho el mundo, mas el mundo no le conoció (Juan I, 50). No vino pues, porque faltase, sino que apareció el que antes se ocultaba.
Por lo cual también se vistió la humana forma en que fuese conocido el mismo que en la divina habita en una luz inaccesible. Ni es ignominioso a la Majestad aparecer en su propia semejanza, que había hecho al principio, ni es indigno de Dios mostrarse en su imagen, a quienes no podían conocerle en su sustancia, para que de esta suerte el que había hecho al hombre a su imagen, y semejanza, se dejará conocer de los hombres hecho hombre.
2. La solemne memoria pues de esta venida de tanta Majestad, de tanta humildad, de tanta caridad, de tanta gloria se celebra por la universal Iglesia una vez al año. Y ojalá se hiciera de tal modo una vez, que siempre se estuviera haciendo esta memoria, pues esto era más debido. Porque ¿puede haber cosa más ajena de razón, que después de la venida de tan gran Rey, querer o atreverse los hombres a ocuparse de otros cualesquiera negocios, y no más antes dedicarse a este solo culto, olvidando por él todas las demás cosas? Pero no es de todos lo que dice el Profeta: eructarán la memoria de la abundancia de vuestra suavidad (a) (Ps. 144, 7) pues ni alimenta siquiera a todos esta memoria.
Ninguno seguramente eructa lo que no gustó, ni aun aquello que solamente gustó, porque el eructo no procede sino de la plenitud y saciedad. Por eso aquellos cuyo entendimiento y vida son mundanos, aunque celebran esta memoria, no la eructan, observando estos días por sola una árida costumbre sin devoción y sin afecto.
En fin, lo que todavía es peor, la misma memoria de esta inestimable dignación de Dios se hace ocasión de las delicias carnales, pues los verás estos días preparar con tanta solicitud la pompa de los vestidos, la delicadeza de los manjares, como si Cristo en su nacimiento pidiera estas y semejantes cosas, y fuera recibido más dignamente, donde se encuentran con más abundancia. Pero oye lo que él mismo dice: Yo no comía con aquel cuyo ojo es soberbio, y su corazón insaciable.
¿A qué fin con tanta ansia preparas vestidos para mi nacimiento? Detesto yo la soberbia, no la amo.
¿A qué fin con tanto cuidado procuras la abundancia de las mesas para este tiempo? Condeno yo las delicias del cuerpo, no las apruebo.
Ciertamente eres de un corazón insaciable, preparando tantas cosas y de tan lejos, pues al cuerpo menos le bastaba, y eso mismo podría hallarse con más oportunidad. Así cuando celebras mi Adviento, con los labios me honras, pero tu corazón está lejos de mí. No me reverencias, si no que tu vientre es tu Dios, y pones la gloria en lo que debía ser tu confusión. Infeliz por todos modos el que adora el deleite del cuerpo y la vanidad de la gloria mundana: y bienaventurado el pueblo de quien el Señor es su Dios (Ps. 143. 15)
3. Guardaos, Hermanos míos, de imitar a los malos, y no tengáis envidia de los que obran la iniquidad. Más bien poned la atención en su fin, y compadeceos de ellos de corazón, y orad por los que viven ocupados en sus delitos. Hacen estos los infelices, porque tienen ignorancia de Dios, pues si le hubieran conocido, nunca provocarían al Señor de la gloria contra sí.
Mas nosotros, Amantísimos, no tenemos excusa de la ignorancia. Ciertamente le has conocido, cualquiera que seas el que aquí te hallas, y si dijeres, no te he conocido, faltarás enteramente a la verdad, y te harás semejante a los mundanos. En fin, si no le conoces, ¿quién te trajo o cómo has venido aquí? ¿Quién te hubiera podido persuadir a que renunciases gustosamente al cariño de tus amigos, a las delicias del cuerpo, a las vanidades del siglo y pusieses tu pensamiento en Dios, y todos los cuidados los echases en él; con el cual nada habías merecido, antes habías desmerecido tanto, testigo tu misma conciencia? ¿Quién, digo, te pudiera persuadir todo esto, si hubieras ignorado que el Señor es bueno para los que esperan en él, para el alma que le busca; y si no hubieras conocido también que el Señor es suave, manso, de mucha misericordia y veraz ¿ ¿Mas de dónde supiste todo esto, sino porque no solo vino él a ti, sino también en ti?
4. Tres Advientos suyos pues conocemos, a los hombres, en los hombres, contra los hombres. A todos los hombres a la verdad sin diferencia alguna, pero no así en todos o contra todos. Mas por cuanto el primero y el tercero, como manifiestos son bastante conocidos, acerca del segundo que es oculto y espiritual escucha al mismo Señor lo que dice: El que me ama a mí, guardará mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y en él haremos nuestra mansión.
Bienaventurado aquel, en quien hacéis mansión, Señor Jesús.
Bienaventurado, en quien la sabiduría edifica su casa labrando siete columnas.
Bienaventurada el alma, que es asiento de la sabiduría. ¿Quién es esta? El alma del justo.
Con razón ciertamente, porque la justicia y el juicio son la preparación de vuestra silla.
¿Quién de vosotros, hermanos míos, desea disponer en su alma asiento para Cristo?
Pues mire qué sedas, qué alfombras, qué almohadas debe preparar. La justicia, dice y el juicio son la preparación de vuestra silla. La justicia es aquella virtud que da a cada uno lo que es suyo: da tu pues a tres lo que es suyo. Da al superior, da al inferior, da al igual, lo que a cada uno le debes, y así celebrarás dignamente el Adviento de Cristo, preparando de este modo en la justicia su asiento.
Da, digo, al Prelado la reverencia y obediencia, de las cuales la una pertenece al cuerpo, y la otra al corazón, pues no basta obedecer a los mayores en lo exterior, si no que debemos también sentir altamente de ellos en lo íntimo del corazón. Y aunque tan manifiestamente se conozca la vida de un Prelado, que de ningún modo permita disimulación o excusa, sin embargo por aquel Señor de quien viene toda potestad, al mismo que entonces conocemos que es tal, le demos reputar sobre nosotros y acreedor a nuestro respeto, no defiriendo a los méritos presentes de su persona, sino a la ordenación divina, y dignidad del mismo oficio.
Así también a nuestros hermanos, entre quienes vivimos, por el mismo derecho de fraternidad y sociedad humana somos deudores de consejo y de auxilio: pues esto es lo que queremos también nosotros, que ellos nos den: consejo, para que nuestra ignorancia aprenda, y auxilio, para que nuestra debilidad se ayude.
Mas quizá habrá entre vosotros quien esté diciendo tácitamente: ¿Qué consejo podré yo dar a mi hermano, a quien sin licencia del superior no me es permitido hablar una sola palabra? ¿Qué amparo le podré yo ofrecer, cuando no me es ilícito hacer la cosa más tenue sin la obediencia? A lo cual respondo yo: no faltará que puedas hacer por él; si en ti no falta la caridad fraternal.
Ningún consejo juzgo yo mejor, que procurar enseñar a tu hermano con el propio ejemplo, que cosas conviene hacer y qué cosas no conviene hacer, provocándole a él a lo mejor, y consultando a su bien, no con las palabras, ni la lengua, sino con las obras y con la verdad.
¿Hay acaso auxilio más útil y eficaz, que orar devotamente por él, y no disimular redargüirle de sus culpas; de suerte que no solo no le pongas algún tropiezo para su alma, si no que estés solícito, en cuanto puedas, en quitar como un Ángel de paz los escándalos del Reino de Dios, y en apartar totalmente las ocasiones de los escándalos? Si de este modo te muestras con tu hermano auxiliar y consejero, le das lo que le debes, ni tiene él de qué quejarse.
6. Si acaso te han constituido Prelado de alguno, con éste te hallas deudor sin duda de mayor solicitud. El exige de ti la guarda y la disciplina: la guarda, para que pueda evitar el pecado, y la disciplina, para que de ningún modo se quede sin castigo, sino lo evitó.
Mas aunque no te halles Prelado de ninguno de tus hermanos, con todo eso debajo de ti tienes con quien debes ejercitar esta custodia, y disciplina. Hablo de tu cuerpo que recibió tu espíritu para regirle. Le debes la custodia para que el pecado nunca reine en él, ni se abandonen tus miembros a ser armas para la iniquidad. Le debes la disciplina, para que castigado, y sujeto a la servidumbre haga dignos frutos de penitencia.
Pero de mucho más grave y peligrosa deuda están cargados aquellos, que tienen que dar cuenta por muchas almas. ¿Qué haré yo infeliz? ¿A dónde me volveré, si sucediere que guarde con descuido tan grande tesoro, aquel rico depósito que para sí le reputó Cristo más precioso, que su preciosa sangre?
Si hubiera yo recogido la sangre de Cristo que destilaba de la Cruz, y la tuviera depositada en un vaso de vidrio, el cual también fuera preciso llevar muchas veces a diversos lugares, ¿qué ánimo tendría yo en tan gran peligro? Pues yo he tomado a mi cargo guardar esto mismo, por lo que un mercader sabio, verdaderamente la misma sabiduría, dio aquella sangre.
También tengo este tesoro en vasos de barro, a los que amenazan muchos más peligros, que a los de vidrio. Se llega a esto para colmo del cuidado y peso de mi temor, que siendo necesario guardar mi propia conciencia y la del prójimo, ni una ni otra es bastante conocida de mí: una y otra son abismo insondable: una y otra son abismo para mí: y con todo eso exigen de mi la guarda de una y otra, y vocean: ¿Centinela, qué has visto esta noche, centinela, que has visto esta noche? (Isaías 18, 1)
No puedo responder como Caín: ¿Por ventura soy guarda de mi hermano? (Gen. 4. 9)
Si no que es preciso confesar con el Profeta: Si el Señor no guarda la Ciudad, en vano vela el que la guarda. Solamente seré excusable, si como he dicho, empleare yo la debida custodia y disciplina. De esta suerte, si tampoco faltaren las cuatro primeras cosas, a saber, la reverencia, y obediencia con los Prelados, el consejo y auxilio para con los hermanos, lo cual es propio de la justicia, hallará en nosotros la sabiduría una silla nada indecente.
7. Y acaso estas son las seis columnas, que labró la misma sabiduría en la casa, que edificó para sí, y hemos de buscar también ahora la séptima, por si ella misma se dignare dárnosla a conocer.
¿Qué impide, que así como las seis se entienden en la justicia, la séptima se entienda en el juicio? Porque no solamente la justicia, si no la justicia, dice, y el juicio son la preparación de vuestra silla. En fin ¿si a los Prelados y a los iguales damos lo que es debido, no deberá recibir Dios alguna cosa? Es cierto que nadie le puede dar lo que le debe, pues tan copiosamente nos ha colmado de sus misericordias, pues le hemos ofendido tanto, pues tan frágiles y tan nada somos; pues, al fin, él es tan rico y suficiente para sí mismo, y no necesita de todos nuestros bienes.
Mas oí decir a quién había revelado los secretos y misterios de su sabiduría, que el honor del Rey quiere el juicio. Nada mas de su parte exige de nosotros, si no que confesemos nuestros pecados, y nos justificará gratuitamente, para que sea ensalzada su gloria.
Ama Dios al alma que en su presencia y sin intermisión se considera y se juzga a sí misma. Ni exige este juicio de nosotros sino por nuestro propio bien, porque si nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos ciertamente juzgados.
Por eso el sabio recela de todas sus obras, las escudriña, las examina, las juzga todas. Honra la verdad, el que ingenuamente se reconoce a sí mismo, y a todas sus cosas en el mismo estado en que se hallan según la realidad, y en este misma conformidad, lo confiesa todo humildemente. Escucha en fin como exigen de ti después de la justicia el juicio:
Cuando hubieres hecho todas las cosas que os han mandado, habéis de decir: siervos inútiles somos. (Luc 17, 10) Así la digna preparación de la silla para el Señor de la Majestad, en cuanto toca al hombre, consiste en que por una parte procure observar los mandamientos de la justicia, y por otra se repute siempre indigno e inútil a sí mismo.
Nota (a) De otro modo: Publicarán, que grande es la abundancia de vuestra dulzura. La palabra eructar, que San Bernardo toma del salmo y de que usa con mucha frecuencia, denota según el mismo que antes de publicar esta bondad de Dios, se han dejado ellos penetrar íntimamente de la consideración de sus misericordias, y que se han llenado en su corazón del gusto de ellas: o también que ellos confesarán la grandeza de su dulzura de todo su corazón y en alta vos, y por decirlo así, a boca llena.
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FUENTE: Sermones de San Bernardo abad de Claraval, de todo el año, de tiempo, y de santos, traducidos al castellano por un monje cisterciense: el P. Mro. Fr. Adriano de Huerta, hijo del Monasterio de Osera, y Confesor del Real Monasterio de Huelgas cerca de Burgos. Tomo Primero. Burgos. Joseph de Navas. 1791.Págs. 18-26
(cortesía: salutarishostia)