Fernando Montes, s.j.
Tanto debió de repetir Jesús a los que lo seguían que era necesario amar a Dios y al prójimo, que finalmente un fariseo pidió una explicación: “¿Quién es mi prójimo?” (Lc. 10, 29)
Hubiese sido fácil contestar diciendo que “prójimo” es el que está cerca, que “prójimo” son los otros hombres. Pero en el Evangelio la proximidad no es una medida física, es una dimensión del corazón.
La respuesta era tan importante que Jesús dio un largo rodeo para hacerse entender.
Él contó una parábola que debió extrañar a los judíos de aquel tiempo, porque hablaba de las bondades de un hombre de Samaria. Ese samaritano ayudó con delicadeza y con sus bienes a un desgraciado que había sido atacado cuando caminaba de Jerusalén a Jericó. Un sacerdote, en cambio, y un levita que pasaron por el mismo lugar, siguieron su marcha sin molestarse con ese ser que parecía muerto.
Curiosamente, al contar esta parábola, Jesús no hacía sino narrar su propia historia. Él era el buen samaritano. Él vio que había entre nosotros mucha gente herida y mutilada; que había pobres y humillados; que había muchas personas solas y extraviadas. Él percibió que pocos en este mundo se acercaban de verdad a los sufrientes, porque estos no son “prójimo” de nadie. Él percibió que en este mundo, a pesar de la cercanía física, había distancias y abismos muy profundos que separaban al hombre de su hermano. Entonces Él decidió llenar esos abismos. Él que compartía el ser de Dios, decidió compartirlo con la humanidad que estaba abandonada. Jesús se hizo samaritano y se detuvo en el camino que bajaba de Jerusalén a Jericó... y en un recodo de esa ruta estaba también yo. Él quiso hacerse cercanía de todos los que lloran. Él se hizo prójimo.
Jesús, con su ejemplo y con su propia vida, cambió la perspectiva del fariseo que preguntaba por su prójimo. Él respondió a la pregunta dándole la vuelta. La diferencia parece sutil pero es muy importante. Él se puso del lado de los que sufren y desde allí miró para ver quién se atrevía a dar un paso; quién era capaz de acercarse al desvalido; quién se hacía “prójimo” del necesitado. En lugar de preguntar quién era prójimo del samaritano o andariego, preguntó quién se hizo prójimo del que estaba herido. Por eso, no interesa tanto saber quién es mi prójimo... cuanto mirar al caído y ver si yo me hago prójimo de él... saber a quien me acerco yo. La verdadera pregunta no es quién es mi prójimo, sino quién lo es del que está en necesidad.
¿De quién me hago prójimo? ¿Por quién me preocupo? ¿A quién le doy mi tiempo? ¿Por quién corro riesgos? ¿A quién socorro? ¿A quién le doy mi dinero?. La pregunta es necesario formularla desde los que necesitan una mano y tan difícilmente encuentran a alguien con voluntad de cercanía.
A ellos es bueno preguntarles: ¿quién se acercó a ti cuando estabas en necesidad?
Todos buscamos que nos amen y consuelen. Nadie quiere quedar solo en esta vida... y Jesús nos invita a salir de nosotros, a cambiar la perspectiva y buscar no tanto mi propia compañía sino que nadie quede solo. El problema no es saber quién está cerca mío, sino de quién me hago yo prójimo. Si el samaritano hubiese pensado en sus derechos, en su cansancio o en sus necesidades, si hubiese mirado el mundo desde sí mismo... el herido no hubiese tenido jamás prójimo alguno y, curiosamente, el mismo samaritano hubiese seguido solo en su camino. “¿Quién se hizo prójimo del herido?” Esta es una pregunta esencialmente cristiana, y el Señor vuelve hoy a formulárnosla.
Es importante centrar la vida en el otro y no en mi mismo; iniciar la aventura de acercarnos a los demás, de preocuparnos por ellos, de hacerlos de verdad “prójimos” nuestros.
Jesús se hizo prójimo mío. Él asumió mi vida. Él tuvo la iniciativa de acercarse. Yo fui importante para Él... Y Él me invita hoy hacer lo mismo por mi hermano.
Fernando Montes, s.j.
Pregunta 14 del libro “Las Preguntas de Jesús y Preguntas del Evangelio.”
Editorial Tiberíades [/quote]
¿Quién es mi prójimo?