n esta ocasión, las palabras de la Primera Carta de Pedro nos pueden ayudar a reflexionar: “Den Gloria a Cristo, el Señor, y estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que les pida explicaciones”.
¿Cómo podríamos traducir esta frase al momento que hoy vivimos como sociedad, como familia, como creyentes? Dar razón de nuestra esperanza no significa sólo tener argumentos convincentes cuando nos sentimos atacados o intentan hacernos cambiar en nuestras posiciones. Tampoco significa callarnos y dejar que los otros piensen lo que quieran.
Vivir dando razón de la esperanza es algo mucho más profundo, es cultivar una actitud en el corazón que se transparenta en todo aquel que la acoge. Son los pensamientos, los sentimientos y las acciones que hablan de aquello que se espera. Por eso, se afirma que la esperanza cristiana es una esperanza activa, no se espera “de brazos cruzados”, nuestra espera ha de ser concreta y actuada.
Tal vez en estos momentos, como en otros de nuestra historia, necesitamos fortalecernos desde el don de la esperanza, y ello nos exige ser más valientes en nuestra identidad de cristianos y cristianas. Algunos acontecimientos que hemos conocido a través de los medios de comunicación, situaciones que afectan a la Iglesia, a las instituciones del Estado o del gobierno, pueden llevarnos a dudar de las personas, a cuestionarlas y más serio aún a juzgarlas.
Nos sale a veces tan fácil dejarnos llevar por la corriente, opinar lo que todos opinan y sumarnos a aumentar los dolores y sufrimientos que ya las personas culpables o no de sus errores llevan sobre sí.
Vivir desde y con esperanza, es vivir haciendo nuestra la propuesta de vida de Jesucristo, “quién no tenga pecado que lance la primera piedra”; “¿Dónde está vuestra fe?”. Si nos miramos con sinceridad, durante este último tiempo es muy probable que hayamos lanzado más de una piedra. La esperanza no es esperanza viva, si mi actitud del corazón es aumentar el mal que ya existe en el mundo, a través de palabras, gestos y miradas que condenan, que oprimen al otro esté cercano o lejano a mí.
Todo ser humano es amado profundamente por Dios, y él tiene un plan de amor para cada uno de nosotros, ¿por qué no ayudar a que ese plan se concrete un poco más partiendo por nosotros y luego por cada uno de aquellos que tengo más proximos (o no tan próximos)?
La esperanza, no es “por si acaso”, es una certeza que nos ha sido regalada junto con el amor y la fe. Si creemos, la esperanza provoca cambios, anima, ilumina la verdad. Nos hace creer en las posibilidades infinitas de bien que tiene toda persona.
Vivir con esperanza, es deternos ante los acontecimientos no para juzgarlos, sino para mirar más allá de lo que vemos, leemos y escuchamos. Debemos aprender como Jesús, a interpretar los hechos anteponiendo a ellos el amor. ¿Qué puede significar para nosotros y nosotras esto? Que todo aquello que pasa o nos pasa tiene un sentido que podemos entender o no, para gozarnos con lo bello y lo bueno y aprender de lo que es menos bello y bueno. Ojalá que nuestras palabras sean dichas para sanar y nuestros gestos para levantar., es tiempo de esperanza, es tiempo para amar la esperanza, pues nos disponemos a esperar con alegría a aquel que siendo grande se hizo pequeño, aquel que siendo Dios se hace hombre para mostrarnos toda la humanidad de la que todo hombre y mujer pueden ser capaces.
Volvámonos a Jesús, abramos nuestros sentidos a él para que en él pongamos nuestra esperanza, en él nos hagamos personas nuevas, con ganas de llevar a nuestro mundo a mayor plenitud y amor.
Bernarda Toledo Toledo
Vicerrectora Académica
Instituto Profesional Hogar Catequístico