Es decir de mirar profundamente en nuestra vida y, dejando atrás nuestros ensimismamientos y egoísmos, volcar nuestra vida hacia Dios que nos ama. Así como el pueblo escogido tuvo que seguir un largo camino, en el que hubo encuentros y desencuentros con el
Señor, la Iglesia nos invita a recorrer con esa actitud este tiempo de preparación.
En cada Navidad conmemoramos y celebramos el misterio de la Encarnación: Dios hecho hombre y, aún más, Dios que se hace niño frágil.
Amparado en una pesebrera, humilde entre los humildes, el Hijo Santo que asume nuestra condición para redimirnos y desde ahí mostrarnos la plenitud de sentido en nuestras vidas. Para eso nos preparamos, para eso seguimos el largo camino de reconocer nuestras debilidades, así como abrir nuestros oídos y nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón; en definitiva en el encuentro con el Hijo, que ha asumido nuestra condición, recorrer animados por el Espíritu Santo el camino de conversión al Padre como ciudadanos de ese Reino maravilloso al que Dios nos invita.
Preparémonos pues y estemos vigilantes.
Que la justicia y la misericordia, la promoción de la paz y el amor a nuestros hermanos, se levanten como pilares fundamentales en nuestra vida, desde este tiempo y para siempre.
Cuando contemplamos el acontecimiento de ese niño indefenso, nacido en unos establos en Belén, contemplamos el deseo más profundo de nuestro Padre Dios para que tengamos vida y la tengamos abundantemente. Ahí nos contactamos con el sentido que plenifica nuestra existencia. Si somos hijos de Dios, somos hermanos, y hermanados en Cristo nuestro desafío consiste en vivir fielmente esa fraternidad.
¿Quién sino los hijos, están llamados a llevar por todos los rincones el brillo de su amor?
Por eso, al esperar la consumación definitiva de los tiempos, en que nos encontraremos como un solo pueblo y Dios será todo en todos, nos ha de mover una pasión: el ser llama viva, activos promotores del amor de Dios. La esperanza viene de esperar; pero no esperar inmóviles a ver si la vida nos arrastra, sino que es esperar activamente, poniendo en movimiento todo nuestro ser para que cuando vuelva nuestro Señor, y de eso no sabemos ni el día ni la hora, nos encuentre preparados y sin temor, y con alegría y sencillez podamos decir: siervos inútiles somos, hicimos lo que teníamos que hacer.
adre Galo Fernández,
Vicario de la Esperanza Joven