LA VERDADERA LIBERACIÓN: DAR MOTIVOS PARA VIVIR Y PARA ESPERAR
“Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión… Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno”.
No cabe duda que nos encontramos en el domingo de “la alegría”. La alegría por la espera de la salvación cercana. Un domingo que toca en lo más hondo de los deseos del ser humano, pues todos y todas buscamos la felicidad, una felicidad que llega con el gozo y el dolor como dos realidades íntimamente unidas y que no hemos de separar si queremos que la alegría sea auténtica. La letra de una canción dice “no me vendas rosas sin espinas”.
Así el profeta Isaías y el apóstol San Pablo nos invitan a la alegría porque el Señor está cerca, al cual sólo se le encuentra cuando se prepara el camino, cuando se allana el camino del Señor, que es a lo que nos está invitando el Adviento.
Cuando damos a las personas motivos para vivir, encontramos al Señor; cuando acogemos al que sufre, encontramos al Señor; cuando nos sentimos y hacemos solidarios con los inmigrantes y refugiados, encontramos al Señor; cuando no pasamos de largo ni despreciamos a un drogadicto, encontramos al Señor; cuando no hacemos causa común con aquellos que se manifiestan contra la instalación de un centro de rehabilitación de drogadictos o contra un centro penitenciario o un piso de acogida de personas sin hogar…, encontramos al Señor; cuando servimos a los pobres y empobrecidos, encontramos al Señor; cuando participamos en concentraciones o manifestaciones a favor de los derechos humanos, encontramos al Señor; cuando la Eucaristía nos hace más sensibles al sufrimiento humano y participamos para solucionarlo, encontramos al Señor; cuando…
Con fuerza, la Palabra de Dios de este domingo tercero de Adviento nos exige ser Testigos.
Isaías, ungido por el Espíritu, es testigo de la alegría y desborda de gozo porque Dios “me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados…” (Is 61,1-2a.10-11).
Pablo, testigo también de la alegría, exhorta a “estad siempre alegres” y alejarse de toda forma de maldad (1Ts 5,16-24).
Juan el Bautista, testigo de la luz, da testimonio de que “en medio de vosotros está uno a quien no conocéis” (Jn 1,6-8.19-28).
Y tú, y yo ¿de qué damos testimonio? La liturgia de este día quiere centrar nuestra atención en el testimonio que cada uno hemos de dar y cómo se ha de dar.
Juan el Bautista que, se presenta como un hombre, al margen de cualquier institución política y religiosa, propone un cambio: abandonar la tiniebla y ponerse del lado de la luz. Su aparición puso nerviosos a las autoridades de la sociedad, porque su anuncio de esperanza para las víctimas de la tiniebla, es también una denuncia contra quienes eran los responsables últimos de la absoluta oscuridad que sufría la mayor parte del pueblo y, consciente de que él no era la luz, se jugó su vida por prepararle el camino a aquel que traía la luz de parte de Dios. También intentaron apagar la luz de Jesús matándolo violentamente, pero no se extinguió la luz; por eso, ahora, nos toca a nosotros y nosotras ser testigos de la luz. Se trata de una tarea arriesgada, pero también apasionante. Somos servidores de la verdad y sólo enseñamos a la gente el acceso y encuentro con Jesús sin ser nosotros los auténticos protagonistas. “No nos predicamos a nosotros mismos, sino que damos testimonio del Evangelio que llevamos en vasijas de barro”. De aquí surge la auténtica autoridad; una autoridad que viene dada por la verdad y el testimonio de una vida y una palabra de coherencia.
Juan es molesto porque pone en práctica lo que piensa; Jesús es molesto porque hace lo que dice; los mártires de todos los tiempos son molestos porque dicen y hacen; y tú eres molesto y testigo de la verdad porque…
José Mª Tortosa Alarcón. Párroco de Jérez del Maquesado y Albuñán
PREGUNTAS:
1. ¿Dónde encuentras tú al Señor?
2. ¿Qué motivos tienes tú para esperar al Señor con Alegría?
3. ¿Qué puedes hacer para dar a las personas motivos para vivir?