MARÍA, LA MUJER AMADA DE DIOS, SE ABRE A LA NOVEDAD DE DIOS
Situamos el episodio del Evangelio de Lucas, en el contexto narrativo del llamado “evangelio de la infancia” (Lc 1-2) para los que el autor utilizó técnicas y procedimientos literarios característicos de su época queriendo reflejar, no un resumen de la vida de Jesús cuando era niño, sino su fe en el Resucitado que, como la luz, se proyecta también sobre su niñez y desde ahí, nos llega a nosotros.
Lucas vuelve a narrar otro nacimiento que se acoge al género literario llamado “esquema de anuncio”: aparición y saludo de un mensajero divino, perplejidad de quien recibe el anuncio, transmisión del mensaje celeste, objeción del interesado seguida de una explicación, aceptación final del mismo y señal ofrecida por Dios como garantía. Este es, también el proceso que recorre todo creyente –también nosotros- cuando descubre lo que Dios quiere de él, así es el proceso de la vocación en la vida cristiana.
La Palabra de Dios de hoy, es una invitación a la alegría porque el Salvador se acerca al mundo: “Alégrate, favorecida, el Señor está contigo”.
Será, por boca de una mujer, por su disponibilidad y por su confianza, por la que la historia personal de Dios con su pueblo comenzará una nueva etapa: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra”.
En esta historia personal de Dios con su pueblo, siempre se da una constante: ir apareciendo personajes que van haciendo de intermediarios y van dejando su impronta personal en esa mediación. A cada uno de ellos una misión, una promesa: al rey David que su reino durará por siempre; a María que concebirá al Hijo al que el Señor Dios le dará el trono de David; a Pablo enviado a predicar a Cristo… y, Cristo que ha revelado el misterio mantenido en secreto.
La misma Iglesia, entra también en este dinamismo y se convierte en intermediaria, ella es quien ha de ayudar a encontrar el Reino de Dios, pero no es el Reino. Cada uno de nosotros somos testigos del Dios de la Vida y mensajeros de buenas noticias en nombre de Dios, pero no somos el centro de la salvación.
Según el plan de Dios, la salvación que ofrece no se va a realizar sin colaboración humana y para alcanzarla será necesario escuchar su palabra, fiarse de ella y actuar en consecuencia. A veces, esta Palabra, supone cambios en los propios planes como vemos que le ocurre al rey David (2Sam 7,1-5.8b-12.14ª.16) y lo que le ocurre a María. Pero esta elección de Dios, que es siempre una gracia, un don, algo que nos plenifica, no destruye ni nuestra libertad ni nuestro auténtico ser.
David, Pablo y María acogen esta elección de Dios con entusiasmo, provocando en ellos una emoción intensa que les impulsa a la acción con alegría. Sabemos que “esta experiencia de entusiasmo consiste en sentirse poseídos por una energía extraordinaria –por Dios en estos casos- que convierte en pequeñas las mayores dificultades e impulsa a tomar iniciativas de envergadura” (José A. Marina). María, acepta ser la madre del Hijo de Dios aun a sabiendas que en aquella sociedad israelita,
machista y jerarquizada no parecía tener ninguna posibilidad de desempeñar un papel importante en la historia de la salvación; el rey David construirá una casa para el arca del Señor, establecerá una paz y una dinastía duradera de generación en generación; y San Pablo se convertirá en un apóstol de Cristo capaz de afrontar toda dificultad.
Con toda esta pedagogía, el Evangelio de hoy nos va preparando ante el próximo nacimiento de Cristo aclarando la identidad del niño y cuál será su misión: “será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su antepasado, reinará para siempre en la casa de Jacob, y su reinado no tendrá fin lo llamarán consagrado, Hijo de Dios…”, y todo esto en el seno de una mujer sin relevancia social.
Todavía hoy nos cuesta creer esto y son muchas las trabas que ponemos, incluso dentro de la Iglesia, para aceptar a este Dios que viene a salvarnos: los pobres son sólo objeto de caridad, la mujer sigue viviendo sin el acceso a determinados servicios dentro de la Iglesia, los destinos sacerdotales y episcopales se viven como ascensos y puestos de honor; se hacen santos a los que tienen padrino, entendemos el reinado de Dios como un reino de poder y prestigio, adornamos los templos y santos con oros y joyas, etc. Pero a pesar de todo: DIOS SIGUE VINIENDO.
José Mª Tortosa Alarcón. Párroco de Jérez del Marquesado y Albuñán
PREGUNTAS:
1. Propongo que a raíz de la Palabra de Dios de hoy, hagamos una lectura creyente de nuestra historia personal con Dios, de nuestra parroquia, de nuestro grupo de fe, de la Iglesia en general y de las opciones que vamos tomando.
2. ¿Qué es lo que más domina en mí en la opción de seguir a Jesús: el miedo, la confianza, el entusiasmo, la libertad? Razona tu respuesta.
3. ¿A qué me compromete el sí de María? ¿Hasta qué punto consiento que la Palabra de Dios transforme mi vida?