Las actitudes del tiempo de Adviento



La esperanza: quizá sea la palabra que más resuena en este tiempo. Esperamos la venida del Señor, y esperamos que su salvación se realice en nosotros y en nuestro mundo.
Lo sabemos, desde luego, que esta esperanza no se realizará definitivamente hasta que llegue el Reino de Dios para siempre, al término de todo, en la vida eterna. Y sabemos también que nuestro camino en este mundo está orientado y encaminado hasta este momento último, pleno, cuando Dios reunirá a sus hijos e hijas en su cielo nuevo, donde ya no habrá dolor ni penas ni tristezas.
Y sobre todo, para que esa esperanza sea verdadera, tenemos los ojos muy abiertos ante los males que se dan en nosotros y en nuestro mundo: si viviéramos satisfechos, si no nos diéramos cuenta del pecado que hay en nosotros y el dolor que hay en nuestro alrededor, ¿qué esperaríamos? ¿Qué interés tendría para nosotros esperar la venida del Señor? ¿Cómo podrían ilusionarnos las palabras tan luminosas del profeta Isaías cuando anunciaba, por ejemplo, que “habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos; y un muchacho pequeño los pastoreará”?.



Preparar el camino del Señor:
 es como la consigna de este tiempo, la llamada que hacía Juan Bautista allí junto al río Jordán, a todos aquellos que se le acercaban. El Señor viene, y la salvación es obra suya, no nuestra. Pero sería una hipocresía decir que le esperamos si, al mismo tiempo, no trabajásemos para que empezara a hacerse realidad aquello que esperamos. Si anhelamos un mundo en que reinen la bondad, la justicia y el amor, un mundo en el que no haya enfrentamientos ni lágrimas, un mundo en el que Dios llene los corazones, tenemos que convertir nuestros corazones y tenemos que hacer lo que esté en nuestras v manos para que nuestra vidas y nuestro mundo se acerquen cada vez más al proyecto de Dios.

A Juan Bautista, cuando llamaba a la gente a preparar el camino del Señor, le preguntaron: “Entonces, ¿qué tenemos que hacer?” Y él contesto algo muy sencillo y claro: “el que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene. Y el que tenga comida, que haga lo mismo”. Y luego prosiguió su respuesta, concretando las exigencias para cada grupo y cada persona. Y terminó su explicación diciendo que él no era el Mesías, sino que sólo venía a preparar su venida, y que lo importante era tener los ojos muy abiertos para reconocerle y seguirle. Pues de eso se trata: eso es lo que tenemos que hacer nosotros.


La alegría: parecería que la alegría hay que guardarla para la Navidad, y que este es un tiempo fundamentalmente serio y de pocas expansiones. Pero no es exactamente así. Desde luego que la gran alegría por la venida del Señor estallará en la Navidad, pero ya ahora, de muchas maneras, se nos invita el gozo de celebrar que el Señor está aquí y nos salva.
En eso, el primero y gran ejemplo lo tenemos en los profetas.

Ellos, incluso en la épocas más difíciles de la historia de Israel. Invitaban a sus conciudadanos a vivir la alegría de saber que el Señor no les abandonaba, que estaba con ellos, que les guiaba y conducía. Y también nosotros. Nosotros sabemos que el Señor está aquí, que viene a salvarnos. A veces lo experimentamos: cuando sentimos la felicidad del amor, de una esperanza cumplida, de haber sabido perdonar. A veces en cambio la, vida se hace dolorosa y cuesta más encontrar esa alegría de tener a Dios con nosotros, acompañándonos, siempre.

San Pablo lo decía así: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca. Nada os preocupe, sino que, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones en la oración y súplica con acción de gracias”.
Y el gran ejemplo de esta alegría lo tenemos en María, la Madre de Dios. Basta verla en la visita a su prima Isabel: el Hijo que Ella lleva en sus entrañas es la mayor alegría, nuestra alegría. Porque nosotros, como María, también creemos en Dios y en todo lo que él ha prometido.


La oración
:
 para vivir el Adviento significa, para que entre de verdad en nuestro interior, es importante dedicar tiempo a la oración. Siempre hay que rezar, todo el año. Pero el Adviento es como una especial invitación a levantar el corazón a Dios: para acercarnos más a él, para desear su venida, para poner ante la debilidad de nuestra condición humana, para reconocer que sin él no podríamos hacer nada, para compartir con él la vida que hemos vivido y descubrir su presencia amorosa, para compartir con él la alegrías y las ilusiones a través de las cuales él se manifiesta y nos estimula, para mirar a nuestro mundo y presentarle nuestros deseos y nuestro trabajo por una vida más digna para todos... y sobre todo, para que nos entre muy adentro la alegría de su presencia salvadora.

Esta ambiente pre-navideño en que nos encontramos, que desde luego tiene mucha virtudes, puede tener también el grave inconveniente de que, si no estamos atentos, todo pase muy aprisa, casi sin darnos cuenta...en estos días todos vamos algo atolondrados. Y por eso sería conveniente que, de la forma que cada uno le vaya bien, busquemos seriamente ratos para rezar, para que entre en nuestro interior lo que en estos días celebramos y lo que celebraremos en las próximas fiestas (porque en los días de Navidad aun será más difícil encontrar esos ratos... por ejemplo, nos puede ayudar el leer las lecturas de la misa, tanto de los domingos como de los demás días. O, simplemente, poner ante Dios nuestras esperanzas, personales y colectivas. O repetir, con sencillez, aquella invocación que tanto gustaba a los primeros cristianos (y que nosotros utilizamos a menudo en este tiempo como respuesta a la oración de los fieles): “¡Ven Señor Jesús!”

La paciencia: muchas veces nuestros esfuerzos no dan el resultado que desearíamos. Trabajamos por algo que creemos bueno, y nos hay forma de que se haga realidad. Queremos convertirnos y mejorar en algún aspecto de nuestra vida, y no lo logramos. Miramos hacia nuestro país o hacia nuestro mundo, y querríamos que hubiera más justicia y bienestar para todos, y nos damos cuenta de que hay demasiados intereses que lo impiden. Desearíamos que Jesús fuera más conocido y querido, y no sabemos qué hacer para que así sea.

El Adviento es una invitación a trabajar sin desfallecer, aunque las cosas no salgan como quisiéramos. Lo dice la carta a Santiago, que leemos en uno de los domingos de este tiempo: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca”. Tener paciencia, y mantenerse firmes, todo a la vez, hasta que venga el Señor.