Meditación 4to. Domingo de Adviento Ciclo C

ITINERARIO EN EL ADVIENTO 4

Se rompe el silencio y aparece la Palabra.
Huye la oscuridad y se muestran los Ojos deseados.
Se cubren las grietas, por tanta sed, de la tierra y aparece, esplendorosa, la Gracia.

Las cítaras se descuelgan de los sauces y se oyen ya las músicas del Amado, que besa nuestra tierra.
«El amor y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan
» (Sal 84).

Dios se encarna en María y todo el universo huele a encarnación.
Los más pobres de la tierra se alegran: Dios los visita con la ternura.

El mirar de Dios es amar
El Adviento es estar mirando a Dios, que se asoma ya en el horizonte. ¡Cómo mira Dios! ¡Cómo mira Dios a María! Cuanto más la mira, más gracia le comunica, más la embellece.

María mira a Dios con los ojos que su hijo, a punto de nacer, le regala. María sostiene esa mirada, mientras acaricia con sus manos al hijo que le crece en las entrañas. Y José también mira el Misterio, ha reconocido sus señales en la noche de la fe.

El Adviento es mirar a María, la llena de Jesús, la llena de gracia. El Adviento es mirar a José. En María, Jesús todo lo mira con amor, a todos mira, todo lo cuida. En María, Jesús ya todo lo ha dejado vestido de alegría y hermosura. ¡Qué diálogo tan profundo en las miradas!

Dios viene a tu encuentro
Déjate encontrar en el silencio sorprendente de la brisa tenue.
Encontrar un tiempo de silencio en el Adviento está al alcance de tu libertad.

Déjate encontrar en la escucha atenta del Dios que pronuncia su Palabra.
Encontrar un tiempo cada día para escuchar la gracia está al alcance de tu libertad.

Déjate encontrar en las tareas de la vida cotidiana donde Dios se hace presente en el rumor del trabajo y del descanso, en el dolor y en el gozo.
Encontrar tiempo para mirar a Dios en lo que te regala la vida está al alcance de tu libertad.

Déjate encontrar en la oración continua del callado amor, donde Dios hace alianza contigo.
Encontrar tiempos para este encuentro amoroso está al alcance de tu libertad.

Déjate encontrar por El en tu corazón, donde te enamora y te llena de gozo.
Encontrar momentos para prestar atención a tu interioridad habitada está al alcance de tu libertad.

Déjate encontrar en los rostros de los prójimos con los que cruzas en el camino.
Encontrar tiempos para saborear despacio tantos encuentros está al alcance de tu libertad.

En la oscuridad de los días,
en los miedos que nos destruyen,
en el hedor y la suciedad de nuestro corazón,
en las heridas del alma,
en el seno de la existencia.
La ternura se ha hecho vida,
humanidad frágil,
resplandor de alegría,
claridad de inocencia,
bálsamo de placidez,
Amor necesitado.

De ti, de mí, de nosotros,
para construir en ti, en mí en nosotros
un futuro nuevo de esperanza
un compromiso con la justicia
un hogar común y digno para todos,
sin fronteras.


La paz serena que nos hermane
y la compasión que nos humanice.

Ser Navidad es acoger en nuestra vida al amor necesitado.
Mar Galceran


Nuestra oración
Con María,
la mujer que abre su vida,
en pobreza y gratuidad,
para acoger a Jesús,
y se compromete en el servicio del Reino:
Marana tha. Ven, Señor Jesús.

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO:
Lucas 1,39-45
Entonces llamó a un arcángel / que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella / que se llamaba María, / de cuyo consentimiento /
el misterio se hacía; / en la cual la Trinidad / de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra, / en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado / en el vientre de Marí
(San Juan de la Cruz).

María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá.
Movidos por el Espíritu nos disponemos a vivir el evangelio de María: la madre de nuestro Señor, la mujer creyente que se fía de Dios, la portadora de alegría. María comparte con nosotros: su disponibilidad al Espíritu, su capacidad para ver a Jesús en lo pequeño y cotidiano de cada día, su prontitud para levantarse y ponerse en camino para servir, el gozo de ser arca de la alianza. María es prototipo de la iglesia en salida. Los pobres, simbolizados en una mujer que espera en la montaña, nos esperan en el mar, en las calles, en los hospitales.
Gracias, María, por visitarnos con la Salvación.

Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

María, entregada por entero al misterio de Dios, entra en casa de Isabel y en la nuestra. María entra en los que esperamos a Jesús, dejando en nosotros un principio de gozo y plenitud, de belleza y esperanza. En nuestra casa, en las casas de los pobres, tiene lugar el nacimiento de su Hijo. María nos enseña a llevar a pobres un saludo de paz y bendición.
Gracias, María, por saludarnos.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
María e Isabel dan a la humanidad, a la Iglesia, un rostro más humano. Leyendo con ellas las señales humildes de Dios, ¡un saludo!, nos unimos a su alabanza, a su asombro, a su alegría. En ellas vemos las esperanzas cumplidas. Al tronco seco se le asoma un brote, a la tierra reseca le nace un manantial, a la noche le sorprende la aurora. Con los pobres de la tierra, que ven cumplidas las esperanzas más inauditas, saltamos de alegría en una danza interminable. El Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene este mundo (Papa Francisco).
María e Isabel, queremos entrar en el saludo y saltar de alegría ante Jesús.

Se llenó Isabel de Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

La voz acallada de la desesperanza se convierte en grito profético: el Señor ha hecho maravillas, ha llenado de vida nuestros cántaros para llevar agua a los sedientos de la tierra. Con Isabel oramos el salmo más orado en el mundo: el Ave María. Ponemos nuestros ojos en Jesús para descubrir, asombrados, un maravilloso intercambio: «el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría».
Bendecimos, María, al fruto de tu vientre, a Jesús.

Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá.
Bienaventuranza de la fe y cumplimiento de las promesas: dos constantes a lo largo de los siglos. Isabel nos presta sus palabras para que también nosotros digamos a María la primera bienaventuranza del Evangelio. Y María nos regala, como madre, su bienaventuranza: Dios no defrauda. Por más oscuro que aparezca el horizonte, hay un alba que despunta. Es Navidad.
Gracias, María, por enseñarnos a creer en Jesús.


El adviento con María

Reflexión de inicio para cada día
Cristo continúa viviendo en la Palabra, en los Sacramentos, en cada hombre, en cada acontecimiento, en el amor de los hermanos, Él nos conducirá a la casa del Padre, donde María nos ha precedido en gloria. Con ella cantamos nuestro himno de bendición y de alabanza a Dios diciendo: "Ven, Señor Jesús!".

Madre del Adviento, Virgen de la esperanza, tú eres hija de tu Hijo, sierva de tu Señor, madre del Salvador Altísimo. El que habitaba en los cielos ha visto el esplendor de tu belleza y se ha complacido en prepararse en la tierra una digna y purísima morada. Alcánzanos de Él la sobreabundancia de la gracia, para que permanezcamos en esta vida fieles a su servicio, y después del paso de esta vida lleguemos a estar junto al que de ti ha nacido, Jesucristo, Señor nuestro, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Lectura bíblica: Cuando se cumplió el plazo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiéramos la condición de hijos (Gál 4,4-6)
Meditación: Dios se ha hecho como nosotros. De modo admirable ha asumido un cuerpo en el vientre de María. Ella es el templo en quien Cristo se ha hecho sacerdote en favor de los hombres. María nos ha dado al Emmanuel: Dios-con-nosotros.

Fuiste tú, Señor, quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre (Sal 21)


Oración final
Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera en fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos recibirlo en fe como María, que lo acogió antes en su corazón que en su vientre. Amén.

Padre Nuestro; Ave María; Gloria.

>Infunde, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que los que hemos conocido, por el anuncio del Ángel, la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, lleguemos por los Méritos de su Pasión y su Cruz, a la gloria de la Resurrección. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.