Salmo: 79,2ac.3b.15-16.18-19
Evangelio: Mateo 17,10-13
Vernos como Dios nos ve
Espíritu de penitencia
Purificación interior
LLEGAMOS al final de la segunda semana de Adviento, en la cual la liturgia nos ha llevado a considerar la figura de san Juan Bautista como ejemplo de preparación para la llegada de Jesús. En el evangelio de la Misa de hoy vemos a Jesús rodeado de sus discípulos. Estos le preguntan: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?» (Mt 17,10).
En efecto, según una tradición judía que se remontaba a los tiempos del profeta Malaquías, el profeta Elías vendría de nuevo, antes de que llegara el Mesías, para anunciar su venida. Por ese motivo, el Maestro les respondió: «Elías ciertamente vendrá y restablecerá todas las cosas» (Mt 17,11). La misión de Juan Bautista consistió justamente en invitar a la mudanza, a la renovación interior, al arrepentimiento por los pecados personales. Después de casi quince días de preparación para la Navidad, podemos pedir al Señor su gracia para que nos siga iluminando, de manera que veamos un poco más como Él nos ve: muéstranos, Señor, todas las cosas buenas que quieres hacer con nosotros, tanta felicidad que depende de nuestra docilidad a tus planes; y, también, muéstranos los puntos en los que quieres que mejoremos, en los que deseas hacerte más próximo a cada uno de nosotros.
Al igual que Juan tenía la misión de preparar la venida de Jesús, como su precursor, proclamarlo próximo y señalarlo después entre los hombres, Dios cuenta también con nosotros para llevarla alegría del Evangelio a los ambientes en los que nos movemos; una alegría que «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría»[14-1].
«Oh DIOS, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve»[14-4]. La liturgia de la Iglesia sigue también hoy exhortándonos a pedir al Señor la gracia de la conversión, a allanar el camino en nuestro interior. Es una purificación que no se queda solo en hechos externos, sino que también se refiere a nuestra interioridad: a poner la imaginación y la memoria al servicio de la misión, a desarrollar nuestra capacidad de salir de nosotros mismos para pensar en el bien de los demás. «Esa palabra acertada, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes... Esto, con perseverancia, sí que es sólida mortificación interior»[14-5].
La mortificación interior, que purifica el alma, no es una tarea negativa, que se concentra en dejar de hacer cosas. Al contrario, se encuentra en pleno territorio del amor, pues procura que el alma quiera a Dios en toda ocasión, buscando que la imaginación, la memoria y la afectividad vayan por sus caminos y nos lleven hacia la vida contemplativa. De este modo, el alma puede decir: «Haré memoria de las maravillas que has hecho desde el principio» (Sal 76,12); vendrán a nuestra mente recuerdos de cosas grandes que encenderán de gratitud el corazón y los afectos, haciendo más ardiente el amor.
Acudamos a la Virgen santísima para que presente a su Hijo nuestros deseos de prepararnos para la Navidad con espíritu de penitencia y purificación interior. De esa manera, se cumplirá en nuestra vida lo que pedimos en la oración colecta de la Misa de hoy: «Amanezca en nuestros corazones, Dios todopoderoso, el resplandor de tu gloria, para que, disipadas las tinieblas de la noche, la llegada de tu Unigénito manifieste que somos hijos de la luz»[14-6].
[14-1] Francisco, exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 1.
[14-2] San Josemaría, En diálogo con el Señor, Rialp, Madrid 2017, pp. 136-137.
[14-3] San Josemaría, En diálogo con el Señor, n. 2.
[14-4] Salmo responsorial, sábado de la II semana de Adviento
[14-5] San Josemaría, Camino, n. 173.
[14-6] Oración colecta, sábado de la II semana de Adviento.
ORACION
Ven Señor, como esposo largamente esperado. Vigile nuestro corazón, vigile todo nuestro ser, para que sepamos reconocerte sin dudas cuando vendrás entre nosotros.
Haz que sepamos acogerte como nuestros Dios que nos hace felices hoy y siempre, por los siglos de los siglos.
Dios nuestro, trabaja en nuestros corazones y hazlos dóciles a tu caridad, suscita en nosotros la voluntad de ir al encuentro del Cristo que viene, para que él nos llame a su lado en la gloria y participemos del Reino de los cielos.
Mira, oh Padre, a tu pueblo, que espera con fe la Navidad del Señor, y haz que llegue a celebrar con renovado júbilo el gran misterio de la Salvación.
Oh Dios, que en la virginidad fecunda de María donaste a los hombres los bienes de la Salvación eterna, haz que experimentemos su intercesión, porque por ella recibimos el autor de la vida, el Cristo tu hijo.
T: Amén.