Salmo: 102,1-2.3-4.8.10
Evangelio: Mateo 11,28-30
Cansancio y desánimo
Mansedumbre y humildad de corazón
Llevar el yugo del Señor es suave
EL EVANGELIO de la Misa de hoy recoge una consoladora invitación de Jesús a sus discípulos: «Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Jesús se hace cargo del cansancio de los suyos, agotados por el ajetreo de la primera misión apostólica. En la vida es normal que lleguen momentos de fatiga o desánimo, ocasionados por el desgaste natural de los días, por las contradicciones que pueden generarlos roces con los demás o por nuestros propios defectos. Lo que al comienzo hacíamos con ilusión, de repente se vuelve más cuesta arriba; o también empezamos a notar que nuestras capacidades se hacen más limitadas.
En esas circunstancias, es lógico que hagamos lo mismo que hacía Jesús cuando visitaba el hogar de sus amigos en Betania o cuando decía a sus discípulos: «Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco» (Mc 6,31). Evitar o remediar la tensión y el agobio que puede conllevar el ritmo de vida actual es una manera de servir a Dios y a las almas: dormir las horas apropiadas, hacer ejercicio u otros planes de descanso, dar periódicamente un paseo más largo para cambiar de aire y reponer las fuerzas, etc.
Además de lo anterior, es el Señor mismo quien desea ser nuestro reposo. Así nos lo indica claramente: «Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). «Jesús está en una actitud de invitación, de conocimiento y de compasión por nosotros; es más, de ofrecimiento, de promesa, de amistad, de bondad, de remedio a nuestros males, de confortador, y todavía más, de alimento, de pan, de fuente de energía y de vida»[11-1]. Dios nos recuerda que en la oración y en la adoración también podemos encontrar descanso para nuestra alma.
JESÚS continúa su predicación con un consejo que revela el secreto para descansar en medio de las dificultades de la vida: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29). Para no cargar sobre nuestros hombros pesos que no vienen de Dios, el Señor nos invita a identificarnos con Él en esos dos aspectos concretos: en su humildad y en su mansedumbre.
«Humildad no es una palabra cualquiera, una modestia cualquiera, sino una palabra cristológica. Imitar a Dios que se rebaja hasta mí, que es tan grande que se hace mi amigo, sufre por mí, muere por mí. Esta es la humildad que es preciso aprender, la humildad de Dios»[11-2]. Para acercarnos a ella, san Pablo daba un consejo práctico: actuar siempre «considerando cada uno a los demás como superiores» (Flp 2,13).
Pidamos al Señor que nos dé la gracia, en este tiempo de Adviento, para imitarlo en su humildad y en su mansedumbre. Así podremos llenar de serenidad y sosiego el ambiente en el que nos movemos, nuestra casa y nuestro trabajo. Entonces seremos también descanso para los demás, como lo es Él para nosotros.
EL SEÑOR concluye sus enseñanzas con un consejo en apariencia paradójico: «Llevad mi yugo sobre vosotros» (Mt 11,29). Jesús está hablando sobre descanso, sobre encontrar alivio, y recomienda tomar un yugo. «¿En qué consiste este “yugo”, que en lugar de pesar aligera, y en lugar de aplastar alivia? –se pregunta Benedicto XVI–. El “yugo” de Cristo es la ley del amor, es su mandamiento, que ha dejado a sus discípulos (cf. Jn 13, 34; 15, 12).
Jesús nos propone un intercambio: dejar en sus manos lo que nos pesa y tomar nosotros su carga. El yugo de Cristo, su seguimiento desde el pesebre hasta la Cruz y la resurrección, no es un camino imposible ni penoso. «La aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. –Entonces se ve que el yugo de Cristo es suave y que su carga no es pesada»[11-6].
[11-1] San Pablo VI, Homilía, 12-VI-1977
[11-2] Benedicto XVI, Discurso, 4-III-2011.
[11-3] Benedicto XVI, Discurso, 4-III-2011.
[11-4] Francisco, Ex. ap. Gaudete et exsultate, n. 72.
[11-5]Benedicto XVI, Ángelus, 3-VII-2011.
[11-6] San Josemaría, Camino, n. 758.
[11-7] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 96.
ORACION
Ven Señor, como esposo largamente esperado. Vigile nuestro corazón, vigile todo nuestro ser, para que sepamos reconocerte sin dudas cuando vendrás entre nosotros.
Haz que sepamos acogerte como nuestros Dios que nos hace felices hoy y siempre, por los siglos de los siglos.
Dios nuestro, trabaja en nuestros corazones y hazlos dóciles a tu caridad, suscita en nosotros la voluntad de ir al encuentro del Cristo que viene, para que él nos llame a su lado en la gloria y participemos del Reino de los cielos.
Mira, oh Padre, a tu pueblo, que espera con fe la Navidad del Señor, y haz que llegue a celebrar con renovado júbilo el gran misterio de la Salvación.
Oh Dios, que en la virginidad fecunda de María donaste a los hombres los bienes de la Salvación eterna, haz que experimentemos su intercesión, porque por ella recibimos el autor de la vida, el Cristo tu hijo.
T: Amén.