REFLEXIONES DEL PAPA FRANCISCO PARA VIVIR EL ADVIENTO (CICLO A)



Un nuevo ciclo litúrgico comienza y, desde hoy, y por las próximas cuatro semanas celebramos el gozoso tiempo del Adviento, momento en el que, vigilantes, preparamos al corazón para la venida del Señor, para recibir al Verbo que se hace carne en un humilde portal y, así, habitar entre nosotros.  

Pero, ¿cómo nos preparamos para recibir a Jesús esta Navidad? 

Bien, el tiempo “fuerte” de Adviento es un tiempo de conversión, un momento de profunda transformación, de vivenciar la misericordia infinita de Dios

Una de las mejores maneras para entrar de lleno en este precioso tiempo de vigilante y gozosa espera es a través de la oración

La idea de reunir estas meditaciones del Santo Padre Francisco, como lo hacemos cada año, es para ayudarnos en este camino de Adviento, para que nuestro corazón se convierta en un Belén, lleno de amor y de alegría, en donde, con jubilante esperanza, recibamos a Jesús. El Papa Francisco, una y otra vez, nos invita a “estar despiertos y orar”, como dos actitudes claves para vivir este tiempo de vigilia y de profunda esperanza. Es un tiempo propicio para cultivar y resignificar la “cultura del encuentro”, con Jesús y con nuestros hermanos.

Nos unimos, de esta manera, en oración junto al Papa Francisco y a toda la Iglesia, bajo el amparo de María, Virgen vigilante y Madre de la esperanza, [que] nos guía en este camino, ayudándonos a dirigir la mirada hacia el “monte del Señor”, imagen de Jesucristo, que atrae a todos los hombres y todos los pueblos. (Papa Francisco, Ángelus 1 de diciembre, 2019)

(Cada una de estas reflexiones comienza, a manera de prólogo para cada domingo, con las moniciones preparadas por nuestro equipo de liturgia.
Las meditaciones del Papa fueron tomadas de las celebraciones del Ángelus en diciembre del 2016 y 2019 – encontrarán, al final de cada reflexión, el enlace correspondiente para acceder al texto completo).

 
Primer Domingo ~
Con los ojos abiertos

Este Domingo, en que empezamos la maravillosa temporada de Adviento, lo hacemos con una exhortación a «mantenerse despierto». Este es un tiempo de preparación y anticipación, mientras esperamos para dar la bienvenida a este mundo al Niño Jesús en Navidad. Cristo nos llama a cada uno de nosotros hoy para estar despiertos a su presencia en todo momento, para que podamos estar listos para reconocerlo cuando venga nuevamente en gloria.

Con el Adviento comienza el nuevo año litúrgico, el cual está dividido en tres ciclos. Este año corresponde al ciclo “A” cuya característica es leer habitualmente en Domingo el evangelio de San Mateo.
El color litúrgico del Adviento es el morado. Durante este tiempo no se reza el Gloria, el cual retomaremos solemnemente en la misa de Nochebuena.

En este Domingo I de Adviento, las lecturas de la liturgia remarcan la atenta y esperanzada vigilancia con que el cristiano espera a Jesús que viene a nuestro encuentro.

Lecturas
  • Is 2, 1-5
  • Sal 121, 1-2. 4-9
  • Rom 13, 11-14a
  • Mt 24, 37-44
Reflexión del Santo Padre
Los que tienen hambre y sed de justicia sólo pueden encontrarla a través de los caminos del Señor, mientras que el mal y el pecado provienen del hecho de que los individuos y los grupos sociales prefieren seguir caminos dictados por intereses egoístas, que causan conflictos y guerras. El Adviento es el tiempo para acoger la venida de Jesús, que viene como mensajero de paz para mostrarnos los caminos de Dios.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a estar preparados para su venida: «Estén prevenidos, pues, porque no saben qué día vendrá vuestro Señor» (Mateo 24, 42). Velar no significa tener los ojos materialmente abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto a dar y servir. ¡Eso es velar! El sueño del que debemos despertar está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de establecer relaciones verdaderamente humanas, por la incapacidad de hacerse cargo de nuestro hermano aislado, abandonado o enfermo.


La espera de la venida de Jesús debe traducirse, por tanto, en un compromiso de vigilancia. Se trata sobre todo de maravillarse de la acción de Dios, de sus sorpresas y de darle primacía. Vigilancia significa también, concretamente, estar atento al prójimo en dificultades, dejarse interpelar por sus necesidades, sin esperar a que nos pida ayuda, sino aprendiendo a prevenir, a anticipar, como Dios siempre hace con nosotros.

Papa Francisco, Ángelus, 1 de diciembre 2019
https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2019/documents/papa-francesco_angelus_20191201.html


Segundo Domingo ~
La conversión

El domingo pasado comenzamos a transitar el Adviento, el tiempo fuerte de oración y caridad, pero también de alegre esperanza, donde estamos llamados a estar atentos, vigilantes a la Venida del Señor…y para ello, Juan el Bautista, desde el desierto nos exhorta a preparar el camino, por que el Mesías prometido ya está a las puertas y viene a salvarnos, a quedarse con nosotros…

En las lecturas de este Domingo II del tiempo de Adviento, encontramos un fuerte llamado a la conversión.  Pero, ¿qué significa, concretamente, ‘convertirse’?

Convertirse, es reconocer con honestidad en el corazón nuestro pecado…es el arrepentirse sinceramente… es apostar con fe a cambiar nuestra vida amparados en la gracia de Dios que envía a Su Hijo.   Este es el tiempo en que la Iglesia, a través de la fuerza y convicción del Bautista, escucha la voz que grita en el desierto de la desigualdad, de la violencia, de la indiferencia ante el sufrimiento… esta voz nos invita a la imaginación profética, a soñar y trabajar con ánimo y esperanza porque el Reino de Dios sigue adelante y el mundo de paz, nuevo, fraterno y solidario, está cerca

Lecturas
  • Is 11, 1-10
  • Sal 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17
  • Rom 15, 4-9
  • Mt 3, 1-12
Reflexión del Santo Padre
¿Pero qué es este reino de Dios, reino de los cielos? Son sinónimos. Nosotros pensamos enseguida en algo que se refiere al más allá: la vida eterna. Cierto, esto es verdad, el reino de Dios se extenderá sin fin más allá de la vida terrena, pero la buena noticia que Jesús nos trae —y que Juan anticipa— es que el reino de Dios no tenemos que esperarlo en el futuro: se ha acercado, de alguna manera está ya presente y podemos experimentar desde ahora el poder espiritual. Dios viene a establecer su señorío en la historia, en nuestra vida de cada día; y allí donde esta viene acogida con fe y humildad brotan el amor, la alegría y la paz.

La condición para entrar a formar parte de este reino es cumplir un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos. Convertirnos cada día, un paso adelante cada día. Se trata de dejar los caminos, cómodos pero engañosos, de los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio. Y de abrir sin embargo el camino al Señor que viene: Él no nos quita nuestra libertad, sino que nos da la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en Belén, es Dios mismo que viene a habitar en medio de nosotros para librarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción, de estas estas actitudes que son del diablo: buscar éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, tener sed de riquezas y buscar el placer a cualquier precio.

La Navidad es un día de gran alegría también exterior, pero es sobre todo un evento religioso por lo que es necesaria una preparación espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación del Bautista: “Preparen el camino al Señor, allanen sus senderos” (v. 3).
Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos cuando examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, cuando con sinceridad y confianza confesamos nuestros pecados en el sacramento de la penitencia. En este sacramento experimentamos en nuestro corazón la cercanía del reino de Dios y su salvación.


La salvación de Dios es trabajo de un amor más grande que nuestro pecado; solamente el amor de Dios puede cancelar el pecado y liberar del mal, y solamente el amor de Dios puede orientarnos sobre el camino del bien. Que la Virgen María nos ayude a prepararnos al encuentro con este Amor cada vez más grande que en la noche de Navidad se ha hecho pequeño pequeño, como una semilla caída en la tierra, la semilla del reino de Dios.

Papa Francisco, Ángelus, 4 de diciembre 2016
https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2016/documents/papa-francesco_angelus_20161204.html


Tercer Domingo ~
Un nuevo nacimiento


Las lecturas de la liturgia de este Domingo III de Adviento o Domingo de Gaudete– que significa regocíjense– nos impulsan a experimentar la alegría en la esperanza de saber que el Salvador está a las puertas, que irrumpe en la historia, y viene para liberarnos.  Esta alegría, nos da a la vez fortaleza y paciencia para afrontar las dificultades que, a menudo, encontramos en el camino.

Como nos dice el Papa Francisco en el Ángelus, que hoy compartimos, el Adviento es un tiempo de gracia.
Este es un tiempo favorable para resignificar nuestra confianza en Dios, para estar atentos al Reino de un Mesías cuyo nacimiento nos llama a la esperanza, activa y gozosa, cuando no pareciera haber ninguna.   El tiempo mesiánico es uno conversión, de purificación, de toma de conciencia… es un tiempo cuando, todos y cada uno, experimentamos el amor incondicional y la misericordia.

En los albores de este nuevo tiempo que el nacimiento de Jesús inaugura, abramos el corazón al milagro para ser signos concretos de la liberación, la esperanza y el gozo que nos trae… y que, como discípulos de Cristo, seamos participantes activos y solidarios en la vida de nuestros hermanos llevando el mensaje del Emanuel, el Dios-con-nosotros, a todos los rincones de la tierra.

Lecturas
  • Is 35, 1-6a. 10
  • Sal 145, 6-10
  • St 5, 7-10
  • Mt 11, 2-11

Reflexión del Santo Padre
[Pero] este nuevo nacimiento, con la alegría que lo acompaña, presupone siempre una muerte para nosotros mismos y para el pecado que está dentro de nosotros. De ahí la llamada a la conversión, que es la base de la predicación tanto del Bautista como de Jesús; en particular, se trata de convertir la idea que tenemos de Dios. Y el tiempo de Adviento nos estimula a hacerlo precisamente con la pregunta que Juan el Bautista le hace a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mateo 11, 3). 
Pensemos: toda su vida Juan esperó al Mesías; su estilo de vida, su cuerpo mismo, está moldeado por esta espera. Por eso también Jesús lo alaba con estas palabras: «no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista» (Mateo 11, 11). Sin embargo, él también tuvo que convertirse a Jesús. Como Juan, también nosotros estamos llamados a reconocer el rostro que Dios eligió asumir en Jesucristo, humilde y misericordioso.

El Adviento es un tiempo de gracia. Nos dice que no basta con creer en Dios: es necesario purificar nuestra fe cada día. Se trata de prepararnos para acoger no a un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos llama, que nos implica y ante el que se impone una elección. El Niño que yace en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos más necesitados, de los pobres, que «son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros» (Carta Apostólica Admirabile signum,6).

Que la Virgen María nos ayude para que, al acercarnos a la Navidad, no nos dejemos distraer por las cosas externas, sino que hagamos espacio en nuestros corazones a Aquél que ya ha venido y quiere volver a venir para curar nuestras enfermedades y darnos su alegría.

Papa Francisco, Ángelus, 15 de diciembre 2019
https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2019/documents/papa-francesco_angelus_20191215.html

Cuarto Domingo ~
La confianza…¡siempre!


Nuestro tiempo de espera de Adviento está casi terminado y comienza la emoción de las celebraciones navideñas, anticipadas por muchos a nuestro alrededor. Pero, como cristianos, esperamos la venida de nuestro Salvador, cuyo nacimiento es nuestra principal razón para celebrar.

A las puertas de la Navidad, las lecturas de la Liturgia de este Domingo IV del tiempo de Adviento nos hablan de esperanza y también de confianza ante llamadas desconcertantes.

El Evangelio, nos narra la historia de María y José antes del nacimiento de Jesús. Ambos están llamados, de diferentes maneras, a una gran confianza y a tener fe en las promesas de Dios. El enfoque en la maternidad de María, su concebir el Emmanuel, y la confianza y docilidad de José, nos llaman a reflexionar sobre el profundo significado que tiene en nuestras vidas – y nuestra fe – esta historia, el relato de la Encarnación que cada año escuchamos. San Francisco de Asís decía que “Somos madres de Cristo, cuando lo llevamos en el corazón y en el cuerpo por medio del amor divino y de la pura y sincera conciencia.”

Que, en la Eucaristía, abramos el corazón para que, a ejemplo de María concibamos a Jesús en el cada día. Que, como José, seamos dóciles y confiados al obrar de Dios en nosotros. Y, como el portal de Belén, nuestra vida sea un permanente lugar de esperanzada acogida al Emanuel reflejado en todos los hermanos.

Lecturas
  • Is 7, 10-14
  • Sal 23, 1-6
  • Rom 1, 1-7
  • Mt 1, 18-24
Reflexión del Santo Padre
La narración del Evangelio de hoy presenta una situación humanamente incómoda y conflictiva. José y María están comprometidos; todavía no viven juntos, pero ella está esperando un hijo por obra de Dios. José, ante esta sorpresa, naturalmente permanece perturbado, pero, en lugar de reaccionar de manera impulsiva y punitiva ―como era costumbre, la ley lo protegía― busca una solución que respete la dignidad y la integridad de su amada María. El Evangelio lo dice así: «Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (v. 19). José sabía que, si denunciaba a su prometida, la expondría a graves consecuencias, incluso a la muerte. Tenía plena confianza en María, a quien eligió como su esposa. No entiende, pero busca otra solución.

Esta circunstancia inexplicable le llevó a cuestionar su compromiso; por eso, con gran sufrimiento, decidió separarse de María sin crear escándalo. Pero el Ángel del Señor interviene para decirle que la solución que él propone no es la deseada por Dios. Por el contrario, el Señor le abrió un nuevo camino, un camino de unión, de amor y de felicidad, y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (v. 20).

En este punto, José confía totalmente en Dios, obedece las palabras del Ángel y se lleva a María con él. Fue precisamente esta confianza inquebrantable en Dios la que le permitió aceptar una situación humanamente difícil y, en cierto sentido, incomprensible. José entiende, en la fe, que el niño nacido en el seno de María no es su hijo, sino el Hijo de Dios, y él, José, será su guardián, asumiendo plenamente su paternidad terrenal. El ejemplo de este hombre gentil y sabio nos exhorta a levantar la vista, a mirar más allá. Se trata de recuperar la sorprendente lógica de Dios que, lejos de pequeños o grandes cálculos, está hecha de apertura hacia nuevos horizontes, hacia Cristo y Su Palabra.