Evangelio: Lucas 10,21-24
Dios se da a conocer
Sencillez para comprender las enseñanzas de Dios
El trato con Jesús ilumina nuestra jornada
GUIADOS por las enseñanzas y el ejemplo de san Josemaría, hemos aprendido a amar apasionadamente el mundo.
Dios se sirvió de algunos hombres y mujeres de diversas épocas para darse a conocer y así dar la oportunidad al hombre de ser más libre. «Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley» (Ga 4,4), para llevar esta tarea hasta el fin. Es tan grande el deseo que tiene Dios de que le conozcamos que vino Él mismo, en persona, para indicarnos los proyectos de su amor.
Llenos de reconocimiento y gratitud, podemos unirnos a la oración de alabanza que, como recoge el evangelio de la Misa de hoy, Jesús elevó un día al Padre: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21).
«MIRAD, el Señor llega con poder e iluminará los ojos de sus siervos»[3-2].
En ese diálogo, el Señor espera que nos dirijamos a Él con confianza para iluminar lo que no comprendemos. Por esto, con sencillez, nos ponemos en su presencia y le planteamos nuestras dudas de corazón a corazón, recordando que Dios se revela a los pequeños. En cambio, para los sabios según la carne, las palabras del Señor pueden sonar como frases inconexas. Por eso necesitamos poner de nuestra parte para permanecer abiertos a escuchar su palabra, aunque solo la entendamos parcialmente. «¡Cuántas contrariedades desaparecen, cuando interiormente nos colocamos bien próximos a ese Dios nuestro, que nunca abandona! Se renueva, con distintos matices, ese amor de Jesús por los suyos, por los enfermos, por los tullidos, que pregunta: ¿qué te pasa? Me pasa... Y, enseguida, luz o, al menos, aceptación y paz»[3-3].
Si nos acercamos al Señor con un atrevimiento de niños, entonces nos revelará su sabiduría y nos dará a conocer sus designios. También nos colmará de paz, de alegría, y nos concederá la fortaleza para sobrellevar las dificultades que la vida nos presenta.
EN JESUCRISTO se contiene la plenitud de la revelación.
Es fácil imaginarse a los apóstoles preguntando a Jesús el significado más profundo de alguna parábola que no habían comprendido, o acercándose a pedirle una explicación sobre un suceso determinado que conocían todos. Nosotros tenemos esa misma facilidad para entablar una conversación con el Señor. El trato personal y diario con Él nos lleva a conocerle cada vez mejor, a adquirir una connaturalidad con su manera de reaccionar frente a las diversas circunstancias de la vida. Por eso nos sirve pedirle al Espíritu Santo que nuestro diálogo con Jesús sea luz para nosotros y para los demás.
A lo largo de la vida aprendemos muchas cosas. Algunas de ellas son constitutivas de nuestro modo de pensar, de ser y de actuar. Es probable que varias de esas enseñanzas fundamentales las hayamos recibido de los labios o del ejemplo de nuestras madres. La vida de María constituye para nosotros una enseñanza maravillosa de diálogo con el Señor.
[3-1] San Josemaría, Carta 11-III-1940, n. 47.
[3-2] Misal romano, Martes de la I semana de Adviento, Antífona al evangelio.
[3-3] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 249.
[3-4] Benedicto XVI, Audiencia, 16-I-2013.
ORACION
Ven Señor, como esposo largamente esperado. Vigile nuestro corazón, vigile todo nuestro ser, para que sepamos reconocerte sin dudas cuando vendrás entre nosotros.
Haz que sepamos acogerte como nuestros Dios que nos hace felices hoy y siempre, por los siglos de los siglos.
Dios nuestro, trabaja en nuestros corazones y hazlos dóciles a tu caridad, suscita en nosotros la voluntad de ir al encuentro del Cristo que viene, para que él nos llame a su lado en la gloria y participemos del Reino de los cielos.
Mira, oh Padre, a tu pueblo, que espera con fe la Navidad del Señor, y haz que llegue a celebrar con renovado júbilo el gran misterio de la Salvación.
Oh Dios, que en la virginidad fecunda de María donaste a los hombres los bienes de la Salvación eterna, haz que experimentemos su intercesión, porque por ella recibimos el autor de la vida, el Cristo tu hijo.
T: Amén.