Ciudad del Vaticano
En su primera predicación de Adviento dirigida al Santo Padre y a los cardenales, arzobispos y obispos; secretarios de las Congregaciones y prelados de la Curia romana y del Vicariato de Roma, el Padre Raniero Cantalamessa reflexionó en este camino “hacia la Navidad, acompañados por la Madre de Dios”, tal como se desprende del tema general de estas meditaciones del Predicador de la Casa Pontificia. Y lo hizo, como todos los años, en el espléndido escenario de la Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico a partir de las 9.00 de la mañana.
El profeta, el precursor y la Madre
El Predicador comenzó recordando que cada año la liturgia nos prepara a la Navidad con tres guías: Isaías, Juan Bautista y María, es decir, “el profeta, el precursor y la madre”. A lo que añadió que “el primero lo anunció desde lejos, el segundo lo señaló presente en el mundo y la Madre lo llevó en su seno”. Por esta razón – explicó el Padre Cantalamessa – para el Adviento de este año pensó en confiarse “enteramente a la Madre de Dios”. Sí, porque “nadie mejor que ella – dijo – puede predisponernos a celebrar con fruto el nacimiento de Jesús”. Y también porque “Ella no ha celebrado el Adviento, sino que lo ha vivido en su carne”.
De ahí que haya afirmado que se comienza este camino contemplando a María en la Anunciación. En efecto, cuando la Virgen llegó a la casa de Isabel, ésta la acogió con gran alegría y, “llena del Espíritu Santo”, exclamó: ¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te anunció. De modo que el “evangelista Lucas se sirve del episodio de la Visitación como medio para mostrar lo que se había cumplido en el secreto de Nazaret y que sólo en el diálogo con una interlocutora podía manifestarse y asumir un carácter objetivo y público”.
María creyó y se convirtió en Madre del Señor
Y añadió que lo grandioso que había ocurrido en Nazaret, después del saludo del ángel, es que María creyó y se convirtió en “Madre del Señor”. Así fue como se produjo el acto de fe más grande y decisivo en la historia del mundo. A la vez que de las palabras de Isabel: “Dichosa tú que creíste”, se ve cómo ya en el Evangelio, la maternidad divina de María no es entendida sólo como maternidad física, sino mucho más como maternidad espiritual, fundada en la fe.
El riesgo de la fe
Tras analizar algunos aspectos de lo que significó para María este acto de fe, el Predicador recordó que “Dios no engaña nunca”, ni tironea a las criaturas a un determinado consenso escondiéndole las consecuencias, tal como se ve en todos los grandes llamados del Creador. De manera que, “a la luz del Espíritu Santo, que acompaña el llamado de Dios, Ella ciertamente vislumbró que también su camino no sería diferente al de todos los demás llamados”. Sin embargo – prosiguió – en el plano humano, María se encuentra en una soledad total. Algo que en la actualidad podría ser “el riesgo de la fe”, entiendo, por lo general, con el riesgo intelectual y dijo que “para María se trató de un riesgo real”.
Fe y esperanza en la estela de María
El Padre Cantalamessa afirmó que además que “como la estela de un bello barco va ensanchándose hasta desaparecer y perderse en el horizonte, así es la inmensa estela de los creyentes que forman la Iglesia”. Y dijo que comienza con “una punta” que es la fe de María, su “fiat”. Sí, porque la fe, junto con su hermana “la esperanza”, es lo único que no comienza con Cristo, sino con la Iglesia y por lo tanto, con María, que es el primer miembro, en orden de tiempo y de importancia.
Además destacó que la vida de la Virgen no sirve sólo para acrecentar nuestra devoción privada, sino también nuestra comprensión profunda de la Palabra de Dios y de los problemas de la Iglesia. “María nos habla primero de la importancia de la fe”, dijo. Y “la fe es la base de todo”; “tan querida a Dios que hace depender de ella prácticamente todo, en sus relaciones con el hombre”. A la vez que recordó que “gracia y fe” son los dos pilares de la salvación.
Y al resaltar diversos aspectos de la fe de María que pueden ayudar a la Iglesia de hoy a creer más plenamente dijo que la Virgen se incluye humildemente en el grupo de los creyentes, se convierte en la primera creyente de la nueva alianza, como Abraham fue el primer creyente de la antigua alianza. Y que el Magníficat está lleno de esta fe basada en las Escrituras y de referencias a la historia de su pueblo.
“¡Creamos también nosotros! Contemplar la fe de María nos mueve a renovar sobre todo nuestro acto de fe personal y de abandono en Dios”
Ante la pregunta de ¿qué hacer entonces?, el Predicador respondió que es sencillo: “después de haber orado, para que no sea una cosa superficial, decir a Dios con las palabras mismas de María: ‘¡Heme aquí, soy el esclavo, o la esclava, del Señor: hágase en mí según tu palabra!’”. Es decir, recordar que María dijo su “fiat” en un modo optativo, con deseo y alegría. Algo que todos deben y pueden imitar y de modo especial deben hacerlo los sacerdotes y cualquiera que esté llamado, de alguna manera, a transmitir la fe y la Palabra de Dios a los demás.
Creamos también nosotros – fue la invitación final del Padre Cantalamessa – para que lo que se actualizó en María se actualice también en nosotros. Y concluyó diciendo:
“Invoquemos a la Virgen con el dulce título de Virgo fidelis: ¡Virgen creyente, ruega por nosotros!”