Necesitamos de una salvación urgente
para nuestro mundo.
Ante tanto acontecimiento negro
es buena la luz que nos destella en la oscuridad.
Por encima de todo,
Adviento nos impregna de alegría:
Jesús siempre será una buena nueva.
Porque al hombre que ha perdido el rumbo,
Jesús con su nacimiento, le trae la posibilidad
de reencontrarse a sí mismo
en la humildad y en la esperanza.
En cierta ocasión un joven presumía
que le gustaba empaparse debajo de la lluvia.
Pero lo cierto era que, cada vez que llovía, desplegaba un gigantesco paraguas para protegerse de ella.
Un buen amigo se le acercó y le dijo:
“oye..si quieres mojarte de verdad..
¿por qué no cierras el paraguas?”.
El mensaje de salvación nos exige replegar el paraguas
de nuestra incredulidad y del relativismo.
La actitud más apropiada es,
dejarnos empapar totalmente
por esa gran novedad que Jesús nos trae: DIOS.
Por el ambiente íntimo que genera
el advenimiento de Cristo
en nuestros corazones.
Ante la próxima Navidad
no podemos contentarnos
con cumplir un simple expediente
o escuchar más o menos la Palabra de Dios.
Lo importante es que
NOS VOLVAMOS TOTALMENTE A EL
Que seamos como aquella veleta
que en lo más alto del templo nos dicta a las claras
de dónde y por dónde viene el viento de la fe:
desde Oriente la Salvación.
En este Adviento de la alegría
ante el amigo que viene,
no podemos presentar una sonrisa profidén,
una vida postiza,
una fe sin obras.
Ante el Señor que llega
no cabe sino la emoción del amigo que espera,
ante el amigo que llega.
Lo que más me atrae de este tiempo de Adviento
es que Jesús se cuela en medio
de todo ese noticiario negro y calamitoso
para abrirnos una realidad y buena nueva:
DIOS NOS AMA
Y POR ESO NUNCA SE CANSARA
DE NACER DE NUEVO