2º Domingo de Adviento - Ciclo C

Palabra de Dios en el desierto
Infancia Misionera : Pequeños ingenieros del Evangelio y sus caminos de paz




Escritura:

Baruc 5, 1-9; Filipenses 1, 4-6.8-11; Lucas 3, 1-6


EVANGELIO

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:

"Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.< Y todos verán la salvación de Dios".



HOMILÍA 1
En Estados Unidos hay unas letras, un código, para clasificar las películas de cine. Código que los padres conocen y algunos siguen a la hora de orientar a sus hijos.

Alguien, con sentido del humor y de la oportunidad, ha aplicado esas mismas letras a los sermones dominicales.
Un sermón "G". Válido para todos los públicos. Es inofensivo, pueril, lleno de generalidades y tópicos. La gente lo describe como "maravilloso".
Un sermón "PG". Para gente madura. Invita al cambio. Es "retador" aunque casi nadie actúa ni cambia.
Un sermón "R". Restringido. Dirigido a los que no tienen miedo a la verdad. Llama a las cosas por su nombre. Se dice que es "controversial y provocador".
Un sermón "X". Sólo para los que pueden aguantar ideas explosivas, sermón bomba.
Como el sermón de la cruz. Como los sermones de Oscar Romero en la catedral de El Salvador. Se dice que es de "impacto".
El que predica sermones X debe tener las maletas hechas y un seguro de vida.
El día 6 de septiembre de 1810, el P. Hidalgo desde el púlpito de su iglesia gritó:
"Viva la Virgen de Guadalupe
Viva la independencia.
Abajo los malos gobernantes".
Este fue un sermón X. Fue la chispa que prendió una revolución.


Hoy, recordamos a un predicador, Juan Bautista. Hoy, escuchamos a un predicador "X".
Cuando Herodes reinaba en Galilea y cuando Anás y Caifás eran los jefes de los sacerdotes, en ese momento Dios dirigía su palabra a Juan, y éste empezó su predicación por toda la región.

Juan no eligió ser predicador. Lo eligió Dios.
Juan no eligió lo que tenía que decir. Dios le dio la palabra, el mensaje y la enseñanza.
Juan no buscó el aplauso de los hombres, simplemente preparó el camino del Salvador.
Juan, como buen predicador y precursor, preparó los corazones para que se abrieran al Señor. Anunció la conversión, "cambien su manera de vivir", bautícense para obtener el perdón de los pecados y enderecen sus caminos.

La predicación de Juan Bautista debió ser del género X porque le costó la vida. Al Herodes de aquel tiempo le echó en cara su vida incestuosa y le invitó a cambiar de vida, pero encerrado en su pecado, incapaz de oír la voz de Dios, lo mandó callar y después lo mandó matar.



La palabra que Dios dirigió a Juan sigue resonando todos los advientos en la iglesia.
Y esta palabra no es una llamada a hacer nuestra vida más dura, es una llamada a ser más libres y más felices.
Una llamada a prepararnos para recibir al Señor y preparar el nacimiento de Jesús en nuestro corazón.
Jesús tiene que nacer en mi. Romper la fuente para dar a luz a Cristo en mi vida.
Juan nos da una lista de cosas que tenemos que hacer para preparar la visita del Señor: rellenar las quebradas…
En nuestro mundo supermoderno ya no hay caminos que enderezar ni… todo son autopistas, puentes gigantescos.

La autopista que tenemos que construir es la de nuestra vida para llegar a Dios: arrepentimiento, cambio de vida, conversión, escucha del mensaje

Adviento es tiempo en que "Dios nuestra justicia" nos invita a todos a humanizar la vida, a vivir en un mundo más fraterno, a no tener miedo a Dios ni miedo a los hombres, a construir una ciudad y una sociedad en la que todos cabemos, con derechos y obligaciones porque Dios está presente en cada uno de nosotros.

Mi lista de cosas que nosotros, comunidad del Pilar, tenemos que hacer para ser mejores cristianos y preparar la venida de Jesús y poder contemplar la salvación de Dios es:

  • Celebrar el domingo con gozo. Es la fiesta de Jesús. Reunidos en torno a su palabra y su mesa compartimos juntos una historia y un banquete.
  • Buscar el bien de todos. No somos prisioneros de nuestro clan. Estamos llamados a abrazar a todos.
  • Romper el individualismo. Vivir cada día más abierto a unas relaciones más justas y fieles.
  • Hacer míos los problemas del barrio y de la comunidad y participar en todo lo que aporte soluciones a nuestros problemas.
  • Ser ejemplo de vida para los que no practican la fe.

Tú también puedes hacer tu lista de adviento a la luz del sermón de Juan Bautista de este domingo.

HOMILÍA 2

El Adviento decíamos el domingo pasado es la gran interrupción de nuestro vivir anestesiado. La segunda venida del Señor en gloria y majestad por más cierta que sea nos cuesta trabajo tomarla en serio. El cielo y sus delicias pueden esperar. A mí que no me interrumpa ningún predicador con mensajes raros y del más allá.< Hoy, el evangelio de Lucas nos presenta un predicador más que original raro y extravagante, “La Palabra de Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”.

La Palabra de Dios no nos viene de la Roma imperial, Tiberio y Pilato, ni del templo de Jerusalén y sus grandes sacerdotes, Anás y Caifás. Marco histórico de hombres olvidados, tuvieron su día, pero como no son dueños del tiempo ni de la historia desaparecieron sin más.

Hoy, otros nombres ocupan su lugar y llenan nuestros periódicos, pero Juan sigue ahí, predicándonos su mensaje de cambio, de conversión. Juan, en el desierto de una religión sin profetas y sin Espíritu, los sacrificios y el culto del Templo, esos ritos vacíos, habían sustituido a la fuerza de la palabra profética. Era rara en esos días la Palabra de Dios…

Juan viene a anunciar la presencia del nuevo y definitivo profeta.

En España pensamos que los predicadores son los que predican desde los púlpitos de las iglesias y les pedimos que sus gritos no nos despierten ni interrumpan la lectura de la Hoja Diocesana. Algunos feligreses creen que en el templo, nuestro templo, sólo son dignos de predicar los curas. Invité, esta semana, a un seglar a dar la charla de este mes del Año de la Fe y cual no fue mi sorpresa cuando me dijo que lo había consultado con la almohada, su confesor, y que no podía aceptar. El templo es el ámbito de los curas. Mentalidad de ciertos grupos cuyo nombre no hace falta mencionar.

En Nueva York, todos los lunes, en el mismo sitio, calle 42 y Park Avenue, frente al Chase Manhattan Bank, un hombre con pinta de vagabundo, ropas muy sucias, larga barba, pelo alborotado y Biblia en mano, un Juan Bautista urbano y moderno, predicaba a los ejecutivos conversión o condenación.

Viajar en el metro es una gran experiencia cultural: música, baile, anuncios y también mezcolanza de predicadores. Todos nos parecen fanáticos o lunáticos, sin las credenciales oficiales, pero su mensaje que nos sorprende en los lugares más insospechados es el mismo de Juan el Bautista.

Las personas pasan de largo sin prestar atención y los predicadores, ignorados, siguen predicando sin cansarse el mismo mensaje, convertíos, el fin de este mundo está cerca. Juan sigue teniendo muchos seguidores.

“Juan recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” nos dice Lucas en su evangelio.

Antes de que Jesús entre en escena y se convierta en un predicador itinerante y callejero, Juan hace de telonero y lo presenta en sociedad. El bautismo de conversión prepara su venida. Juan nos acusa a todos de nuestros pecados y nos invita al arrepentimiento porque “el Reino de Dios está cerca”. Palabras con las que Jesús comenzará su ministerio. Palabras que la Iglesia sigue repitiendo cada Adviento.

El arrepentimiento no es invitación a la depresión y a crear en nosotros un sentimiento enfermizo de culpabilidad que arrastramos a lo largo de la vida ni invitación a la tristeza sino que es invitación a pensar de otra manera, a ver la vida desde la reconciliación y el perdón. El arrepentimiento no significa un piadoso dolor o una mirada interior mórbida. Cuando uno se arrepiente da media vuelta y cambia de dirección, deja de mirar al mundo y sus encantos como fin y mira a Dios, destino último del hombre.

Juan, a diferencia de los predicadores urbanitas de hoy, tuvo mucho éxito y acudían a él de toda Judea. Hacía tiempo que el pueblo vivía sin profetas y caminaba a oscuras y Juan fue la respuesta de Dios para preparar el camino de Jesús.

Encontraron a Juan en el silencio, en la soledad del desierto, donde el tiempo es tiempo y donde todas las tareas cesan. Todos necesitamos “un buen rato de inactividad para adentrarnos descalzos en nuestro mundo interior”, es decir en nuestro desierto. Dios no está ahí afuera, Dios es la profundidad del ser y ahí en la profundidad es donde empieza la conversión, el cambio de dirección, donde hay que preparar los caminos del Señor

La Palabra de Dios y la palabra de los predicadores, buenos o malos, convincentes o anodinos, originales o aburridos nos puede despertar, pero yo sólo tengo el poder de orientar mi GPS hacia Dios y hacer de lo último lo primero.