La Mujer del Posadero


Por aquellos días el bueno de Josafat tenía la posada a reventar por la afluencia de peregrinos que llegaban a Belén con motivo del bendito censo de Augusto...
Por: Marcelino de Andrés | Fuente: es.catholic.net

¡Rut...! ¿Puedes venir un momento...? Tamar, la mujer de Sadoq, el pastor, está a la puerta y te busca... -gritó Josafat, el posadero, que en una mano llevaba un hacha y en la otra un bulto de leña de considerable tamaño.

Por aquellos días el bueno de Josafat tenía la posada a reventar por la afluencia de peregrinos que llegaban a Belén con motivo del bendito censo de Augusto. Los ingresos se disparaban, sin duda; pero también la cantidad de trabajo. Y Josafat llevaba ya varias jornadas completas sin parar, con horas extra y noches de guardia incluidas...

-Hola, Tamar.

-Hola, Rut.

-Estaba en la cocina -dijo mientras se limpiaba las manos en el delantal. -A duras penas me doy a basto... Ya sabes la cantidad de gente que tenemos estos días... Bueno, y ¿qué te trae por aquí?

-Pero hija, ¿aún no te has enterado?

-¿Enterado de qué?

-Pues de lo del ángel que se apareció anoche en nuestro campamento y nos anunció el nacimiento del Mesías... -la cara de Rut se iluminó de repente, mientras Tamar proseguía. -Y resulta que era verdad. Fuimos y encontramos al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre como había dicho el ángel. Y pásmate, porque el niño está con su madre y el que debe ser su padre, nada menos que en el establo que es de vuestra propiedad. -A Rut se le pronunció tanto el gesto de maravilla y asombro que obligó a su amiga a alzar un poco la voz. -Que sí hija, sí; no me mires con esa cara. Si no te lo crees, sólo tienes que venir y verlo con tus propios ojos.

-No, Tamar. Si no es que no te crea, lo que pasa es que nunca me hubiera imaginado que aquella jovencita embarazada que pidió posada anoche con su amable esposo, fuera... -titubeó un instante - fuera nada menos que la Madre del Mesías. Aunque, fíjate, pensándolo ahora, desde que los vi, sobre todo a ella, me pareció percibir un algo bastante especial. Y mira por dónde, ahora me sales tú con éstas...

-Pues, ya ves. Así que, yo que tú iría cuanto antes a verles por si se les ofrece alguna cosa. Yo me quedé allí con ellos toda la noche cuidando del bebé para que sus padres pudiesen descansar un poco. Le han puesto Jesús y ni te imaginas lo guapetón que es el crío. Es un cielo, es algo... algo divino. Y no es de extrañar, siendo como es su madre... Además, el niño se portó de maravilla. Yo no paraba de hablar con él para mis adentros y lo curioso es que estaba segura de que me escuchaba con interés. Me lo decían sus ojos.

Rut, que poseía un corazón como pocos, se moría de ganas de ir a ver al pequeño y a su madre. Y su sincero rostro la delataba. Pero sabía de sobra que si se iba en ese preciso momento, a Josafat le daba un síncope o algo peor.

-No puedo irme ahora y dejar aquí todo a medio hacer -respondió Rut con cierta pena y resignación. -Pero iré más tarde. Te lo aseguro.

-Como digas, mujer. Allí nos veremos. Hasta luego. -No había terminado Tamar de decir esto, cuando en el interior de la posada se escuchó sonora la voz de Josafat.

-Rut, como no te des prisa, no va a estar la cena a tiempo y vamos a quedar mal con nuestros huéspedes.

-Ya voy, Josafat. No te preocupes. Verás cómo todo estará listo -le tranquilizó amablemente su esposa.

La tarde había caído como un ligero manto sobre Belén. El sol parecía tener prisa en ocultarse para ceder las alturas a la luna que esa noche lucía espléndida toda su gala. El bosque cercano se arropó de silencio al apagarse los piídos de los últimos pájaros que conciliaban su sueño.

En la posada, Rut se apuraba por recoger y limpiar los últimos trastes de la cena. Y mientras sus manos se afanaban diligentes entre los cacharros de cocina, su mente, desde hacía ya un buen rato, estaba en otro sitio y algo de su corazón también...

-Oye, Josafat -le dijo al terminar a su esposo que seguía moviendo muebles y trastos de un sitio a otro, -si no te importa, voy a acercarme un momento al establo; a ver cómo se encuentra la jovencita aquella que estaba a punto de dar a luz. Igual necesita alguna cosa...

-Ah, sí. La pareja que no nos fue posible acoger anoche. Sí, sí, los recuerdo bien. Lástima que no pudimos ofrecerles nada mejor. Ve anda, ve. Y diles que nos disculpen... y que haremos lo posible por encontrarles un lugar más digno...

Rut era una mujer muy hermosa. Josafat la conoció en la posada de su padre, de la que ahora él era el amo. Ella iba acompañando a sus padres de camino a Jerusalén. Y de regreso la pidió en matrimonio y desde entonces se quedó con él. No tienen hijos, porque Rut resultó ser estéril. Ambos sobrellevaban con resignación esa prueba de Yavé.

Era ya como la hora undécima cuando Rut se echó al hombro un pequeño saco de pana que contenía alimentos y alguna otra cosa, y tomó la vereda hacia el establo. No quedaba lejos, pero a ella se le hizo un poco más pesado de lo normal. Le pesaba el alma. Era el pesar de haber llegado Yavé y su Madre a su casa y haberles mandado al establo. No acababa de encontrar el modo de disculparse ante ellos y sentía que un nudo le oprimía el corazón. Pero a medida que se acercaba al lugar donde estaba aquel niño y su madre, algo le sugería que no debía preocuparse por nada.

Llegó por fin a la puerta del establo. Antes de entrar se dio cuenta de que no se encontraba dentro Tamar, porque no se la oía hablar (efectivamente no estaba pues había salido un momento a limpiar los pañales del pequeñín). Rut asomó primero discretamente su cabeza. El corazón casi se le salía del pecho por la emoción.

María, que tenía a Jesús en brazos, la vio asomarse y la hizo pasar.

-Pasa, pasa Rut. Tamar nos ha hablado de ti y te estábamos esperando. Mi esposo y yo queríamos agradeceros el permitirnos estar aquí. No nos ha faltado nada gracias a gente como Tamar y como vosotros. -Rut quiso comenzar a articular su disculpa, pero María continuó. -No tenéis de qué disculparos. De verdad.

Al escuchar esas palabras, a Rut se le deshizo el nudo que del corazón ya le había subido hasta la garganta. Fue entonces, al estar tan cerca de María, cuando se dio cuenta de que era aún más joven y hermosa de lo que ya le pareció la noche anterior a la puerta de la posada.

-Señora -dijo Rut mientras se descolgaba del hombro el saco de pana y se lo alargaba a María, -le he traído esto. Espero que les sea útil.

Una vez que Rut hubo colocado el saco junto al pesebre, María le ofreció el niño para que lo tuviese en brazos y luego se puso a ojear el contenido del saco.

Rut, visiblemente conmovida, parecía estar en otro mundo charlando en silencio con el Mesías, un bebé recién nacido que ahora acunaba en sus brazos.

-Jesús mío. No creas que estoy llorando de pena. No. Es de alegría. Mientras venía por el sendero, sentía un gran pesar en mi alma. Jamás me imaginé que la otra noche había mandado al establo al Mesías y a su Madre. ¡Qué locura! ¿Verdad? Ahora, al veros a ti y a tu madre, me parece entender que eso es lo que hago cada vez que cierro las puertas a alguien; las de la posada o las de mi alma. Sólo hasta ahora me he dado cuenta de algo tan importante. ¡Qué tonta he sido! En cuanto llegue a casa tengo que explicárselo a mi esposo Josafat. Es muy buena persona y lo entenderá, sin duda.

José, en una esquina, trataba de armar no se sabía bien qué mueble con la poca herramienta que trajo consigo de Nazaret y unas cuantas maderas que encontró por ahí. Rut, sin embargo, parecía no enterarse de nada y continuaba hablando con el pequeño.

-Jesús, Josafat y yo nos queremos muchísimo. Llevamos casados 10 años y aún no le he podido dar ningún hijo. Sé que esto a él le cuesta mucho aceptarlo. Y a mí también. Te pido que nuestro amor no se apague por esto, por favor. A mí, por la dicha de tenerte ahora a ti en mis brazos ya no me importaría no volver a tener a otro niño en brazos. Pero él... -dos grandes lágrimas resbalaron por sus mejillas y fueron a dar a las manos de Jesús -él -continuó -necesita ahora más que yo seguir creyendo en nuestro amor.

María, que había terminado de ver los presentes, cerró en ese momento los ojos como si estuviera rezando. La esposa del posadero pareció serenarse un momento y siguió su sincero coloquio con el Mesías niño.

-Entre las cosas que le he traído a tu madre, hay unos pañales y unas ropitas para ti. Todo eso lo había ido guardando desde que me casé con la ilusión de que algún día lo estrenara mi primer hijo. Pero, como te he dicho, creo que ya no lo voy a necesitar. Además a tu madre le van a venir de perlas para cuidarte mejor. -En ese momento la emoción volvió a desbordarle el alma tubo que enjugarse de nuevo las lágrimas; y entonces alcanzó a ver cómo María volvía a meter en el saco de pana los pañales y la ropita, dejando fuera lo demás.

En eso, José acomodó una pequeña manta doblada dentro de la cuna que acababa de apañar, y dijo a Rut: -Si quieres puedes poner ya al niño en su nueva camita. Seguro que ahora estará un poco más a gusto que en el pesebre.

Rut depositó con sumo cuidado al pequeño dentro de la cuna no sin antes haberle plantado un buen beso en la mejilla. Luego se acercó a María para despedirse, pues ya se le había hecho un poco tarde.

-Señora, tiene un hijo precioso, como usted. Si por mí fuera, me quedaría aquí toda la noche. Nunca he estado tan en paz y feliz como el rato que llevo aquí. Pero he de irme ya, me espera mi esposo. Mañana volveré. Mi marido y yo les hemos reservado una casita que teníamos alquilada y que se desocupa mañana mismo. Ahí estarán mucho mejor.

-Muchas gracias, de veras. Están siendo muy amables con nosotros -dijo María mientras le devolvía a Rut el saco de pana. -Lo que está dentro -añadió, -síguelo guardando, pues quizá pronto lo necesites. Además a nosotros para el pequeño Jesús, nos basta lo que tenemos.

Rut, con una sonrisa que se le salía del rostro, se echó al hombro el saco y tomó el sendero hacia la aldea. Llevaba el alma ligera como una brisa y su corazón rebosaba paz, alegría y gratitud...

Un año después, el mismo día, también de noche, Rut daba a luz un hijo. Y al sacar del saco de pana unos pañales para el bebé, recordó con los ojos cuajados de lágrimas, aquella otra noche inolvidable con Jesús en sus brazos y muy cerca de María.

Y mientras eso ocurría en Belén, María, allá en Egipto, con sonrisa festiva, daba a su Jesús, junto con el beso de buenas noches, un sentido gracias por haber atendido su súplica aquella noche en el establo.